Lecturas del día

Lecturas del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (C)

Lectura-diaria-Domingo-de-ramos-20-marzo-2016

Procesión: Lc 19,28-40
Is 50,4-7 / Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24 (R.: 2a) / Flp 2,6-11 / Lc 22,14—23,56

PROCESIÓN DE LAS PALMAS

EVANGELIO

Bendito el que viene en nombre del Señor

+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas     19,28-40

En aquel tiempo, Jesús acompañado de sus discípulos caminaba adelante, subiendo a Jerusalén.

Al acercarse de Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:

—«Vayan al pueblo que está enfrente; al entrar, encontrarán un burrito atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan”, contéstenle: “El Señor lo necesita”».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el burrito, los dueños les preguntaron:

—«¿Por qué lo desatan?».

Ellos contestaron:

—«El Señor lo necesita».

Luego llevaron el burrito adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».

Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:

—«Maestro, reprende a tus discípulos».

Él replicó:

—«Les aseguro que, si estos callan, gritarán las piedras».

Palabra del Señor.

PRIMERA LECTURA

No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.

Lectura del libro de Isaías     50,4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.

El Señor me abrió el oído.

Y yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24 (R.: 2a)

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.

SEGUNDA LECTURA

Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses     2,6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio    Flp 2, 8-9

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”.

EVANGELIO

+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     22,14—23,56

He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes, antes de padecer

C.    Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:
+    — «He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes, antes de padecer, porque les digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».
C.    Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:
+    — «Tomen esto, repártanlo entre ustedes; porque les digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios».

Hagan esto en conmemoración mía

C.    Y tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
+    — «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en conmemoración mía».
C.    Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:
+    — «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes. Pero miren: la mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí».
Porque el Hijo del Hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!»
C.    Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.

Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve

C.    Los discípulos se pusieron a discutir sobre quién debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo:
+    — «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el más importante que se comporte como el menor; y el que gobierna, como un servidor.
Porque, ¿quién es más importante, el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comerán y beberán a mi mesa en mi reino, y se sentarán en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

Después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos

C.    Y añadió:
+    — «Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para zarandearlos como trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos».
C.    Él le contestó:
S.    — «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».
C.    Jesús le replicó:
+    — «Yo te aseguro, Pedro, que antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».

Tiene que cumplirse en mí lo que está escrito

C.    Y dijo a todos:
+    — «Cuando los envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿les faltó algo?»
S.    Contestaron:
S.    — «Nada».
C.    El añadió:
+    — «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque les aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: “Fue contado con los malhechores”. Lo que se refiere a mí toca a su fin».
C.    Ellos dijeron:
S.    — «Señor, aquí hay dos espadas».
C.    Él les contestó:
+    — «Basta».

En medio de su angustia, oraba con más insistencia

C.    Y salió Jesús, como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron sus discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo:
+    — «Oren, para no caer en la tentación».
C.    Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba diciendo:
+    — «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
C.    Y se le apareció un ángel del cielo, que lo reconfortaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y su sudor era como gotas de sangre que caían hasta el suelo. Después de orar se levantó, y fue hacia sus discípulos: los encontró dormidos por la tristeza, Jesús les dijo:
+    — «¿Por qué duermen? Levántense y oren, para no caer en la tentación».

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

C.    Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por Judas, uno de los Doce, quién se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo:
+    — «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»
C.    Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él, dijeron:
S.    — «Señor, ¿sacamos la espada?»
C.    Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino diciendo:
+    — «Déjenlo, basta ya».
C.    Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los jefes de la guardia del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+    — «¿Han salido con espadas y palos, como si yo fuera un ladrón? A diario estaba en el templo con ustedes, y no trataron de arrestarme. Pero ésta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas».

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

C.    Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.
Una criada que lo vio sentado junto al fuego lo miró fijamente y dijo:
S.    — «También éste estaba con él».
C.    Pero él lo negó diciendo:
S.    — «No lo conozco, mujer».
C.    Poco después lo vio otro y le dijo:
S.    — «Tú también eres uno de ellos».
C.    Pedro replicó:
S.    — «Hombre, no lo soy».
C.    Como una hora después, otro insistía:
S.    — «Sin duda, éste estaba con él, pues también es galileo».
C.    Pedro contestó:
S.    — «Hombre, no sé de qué me hablas».
C.    Y en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor, se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor: “Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?

C.    Los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S.    — «Adivina: ¿quién te ha pegado?»
C.    Y proferían contra él toda clase de insultos.

Lo hicieron comparecer ante el Sanedrín

C.    Cuando se hizo de día, se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas, y, haciéndole comparecer ante el Sanedrín, le dijeron:
S.    — «Dinos si tú eres el Mesías».
C.    Él les contestó:
+    — «Si se lo digo, no lo van a creer; y si les pregunto, no me van a responder.
Desde ahora, el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso».
C.    Dijeron todos:
S.    — «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?»
C.    Él les contestó:
+    — «Ustedes lo dicen, yo lo soy».
C.    Ellos dijeron:
S.    — «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca».
C.    Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

C.    Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S.    — «Hemos comprobado que éste hombre anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C.    Pilato preguntó a Jesús:
S.    — «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C.    Él le contestó:
+    — «Tú lo dices».
C.    Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S.    — «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C.    Ellos insistían con más fuerza diciendo:
S.    — «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí».
C.    Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.

Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio

C.    Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le respondía nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con insistencia.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo envió de nuevo a Pilato. Aquel mismo día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados.

Pilato entregó a Jesús al arbitrio de ellos

C.    Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
S.    — «Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de ustedes, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C.    Por la fiesta tenía que soltarles a un preso. Toda la muchedumbre se puso a gritar a una:
S.    — «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás».
C.    A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta que tuvo lugar en la ciudad y por un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S.    — «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C.    Él les dijo por tercera vez:
S.    — «Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C.    Pero ellos insistían a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí

C.    Mientras lo conducían, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le obligaron a cargar la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía mucha gente del pueblo, y de mujeres que se dolían y se lamentaban por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+    — «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos, porque miren que llegará el día en que dirán: “Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no amamantaron”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Desplómense sobre nosotros”, y a las colinas: “Sepúltennos”; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
C.    Conducían también a otros dos malhechores para ser ejecutados con él.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C.    Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+    — «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C.    Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.

Éste es el rey de los judíos

C.    El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
S.    — «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C.    Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
S.    — «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C.    Había encima de él una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso

C.    Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S.    — «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C.    Pero el otro le increpaba:
S.    — «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros la sufrimos justamente, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, él no hecho nada malo».
C.    Y decía:
S.    — «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C.    Jesús le respondió:
+    — «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

C.    Era ya cerca del mediodía, el sol se oscureció y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó por el medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+    — «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
C.    Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C.    El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
S.    — «Verdaderamente, este hombre era justo».
C.    Toda la muchedumbre que había acudido para contemplar este espectáculo, al ver lo que había pasado, regresaban dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia contemplando lo sucedido.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado

C.    Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos, que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y comenzaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Luego regresaron y prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron descanso, según el precepto.

Palabra del Señor.