“Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar las llagas de Jesús, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos”.
1. Testigos de la misericordia
“De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos, por el contrario, se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate», paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta…
…Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús”.
2. Apóstoles de la Misericordia
Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor, que nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona.
Ésta ha sido la experiencia de los primeros discípulos: después del primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decírselo enseguida a su hermano Pedro (cf. Jn 1,40-42), y la misma cosa hizo Felipe con Natanael. (cf. Jn 1,45-46).
La misericordia que recibimos del Padre no nos es dada como una consolación privada, sino que nos hace instrumentos para que también los demás puedan recibir el mismo don. Existe una maravillosa circularidad entre la misericordia y la misión. Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer cada vez más en la misericordia de Dios.
El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones.
3. ¿Cómo llegar a ser apóstoles de la misericordia?
“En primer lugar, “tomémonos en serio nuestro ser cristianos, y comprometámonos a vivir como creyentes, porque solo así el Evangelio puede tocar el corazón de las personas y abrirlo para recibir la gracia del amor y de la misericordia de Dios que acoge a todos. En segundo lugar, no seamos ajenos a la necesidades espirituales o materiales de nuestros hermanos”.
El Papa Francisco nos propone una manera de examinar nuestra manera de aproximarnos a ellos:
¿Nos pasamos de largo?
“Pasar es el eco de la indiferencia, pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia. Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro, podríamos llamarlo, con la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa pero nada queda. Son quienes no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse incluso con el Señor que están siguiendo porque la sordera avanza”.
Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda.
¿Nos detenemos para decirles: ¡ánimo, levántate!?
“No existe una compasión que no se detenga. Si no te detienes, no padeces con, no tienes la divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el ‘padecer con’.
Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración”.
“Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas”.
4. Todos estamos llamados a ser apóstoles de la misericordia de Jesús
“Estamos llamados a ser portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy. Y el camino que el Señor nos indica va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado.
Una manera de anunciar esta Buena Noticia es realizar las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano porque por medio de estos gestos sencillos y fuertes, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios.
Recordemos siempre que hemos nacido en Cristo como instrumentos de reconciliación, para llevar a todos el perdón del Padre, para revelar su rostro de amor único en los signos de la misericordia”.
Que María, Madre de la Misericordia, guíe y acompañe nuestros pasos en este camino de ser testigos y apóstoles de la misericordia de Jesús.