El Adviento es un tiempo litúrgico que nos prepara para la celebración de la Navidad
Viendo el efecto benéfico que la Cuaresma tenía para prepararse para la Pascua, la Iglesia fue incorporando el Adviento como la adecuada disposición para la celebración de la Navidad. Este tiempo que ahora empezamos tuvo el modelo cuaresmal, de modo que hay varios elementos en común entre ambos. Las diferencias, desde una mirada externa, podrían parecer sutiles, pero no lo son tanto. En común con la Cuaresma está que son varias semanas, que una de las semanas anticipa la alegría de la fiesta central, que el color litúrgico es de carácter penitencial, que no se canta el “Gloria” durante las Misas. Sin embargo, la Cuaresma desemboca en la fiesta litúrgica más importante del año, que es la Pascua, que dura cincuenta días. El Adviento nos conduce a la Navidad, con un tiempo menor de duración.
Con el Adviento se quiere disponer a los fieles para celebrar la llegada del Mesías. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento. El 25 de diciembre se tomó (…), pero en lo que la Iglesia no tiene duda alguna es que nació como un ser humano más. Esto es lo primero que se celebra: nuestra fe no está basada en fascinantes hipótesis, sino en realidades históricas, ciertas, comprobadas y comprobables. En un lugar bastante pobre, en Belén de Judá, nació Jesús. Nuestra fe es histórica y, por eso celebramos el cumpleaños de Jesús. Y para celebrarlo debidamente nos preparamos. Junto con esa evidencia y base realista, celebramos algo igualmente importante: Dios se hizo hombre para librarnos del pecado[1], del Maligno. Dios se quiso comprometer de tal modo con su criatura, el hombre, que Él mismo se hizo hombre como nosotros para librarnos del poder de la muerte, del pecado, de todo mal.
«Mirad, todo lo que hago nuevo»
Ap 21,5
Esta liberación y reconciliación nos trae una paz muy grande. Experimentamos en nuestro interior el poder del perdonar, de hacer todo nuevo[2], que Dios nos ofrece. Por eso se relaciona la Navidad con un momento especial de amar, de esperanza, de soñar con ilusión en el bien de la humanidad. Es un tiempo de solidaridad, de reunión familiar, de amistad. Sin embargo, sobre todo en estos días convulsos para la humanidad, experimentamos el poder aparentemente imparable del mal. La realidad política, económica, el Covid 19, las guerras que no terminan, los odios fratricidas, las críticas terribles que se pueden ver en los diferentes medios de comunicación, el hambre, las injusticias, los abusos de distinto tipo, los odios raciales o de religión… Tantas cosas que parecen desdecir la eficacia del nacimiento del Salvador de la humanidad.
1. Viviendo el Adviento en medio del dolor
Ante esas realidades dolorosas suelen aparecer dos modos opuestos de enfrentarla. Por un lado, quienes se llenan de
amargura ante el terrible entorno y empiezan a pensar con desesperanza, como si el mal fuese el triunfante de la historia. Miran al otro y a la realidad con desconfianza, dejan de esperar algo del otro (incluso de sus amigos y hermanos), dudan de Dios y de que realmente haya hecho algo por la humanidad, y muchas veces terminan encerrados en sí mismos, sin esperanza, a veces enfrentando la realidad con amarga ironía, sin creer en el futuro o en la humanidad.
Por otro lado, podrían estar quienes prefieren adoptar una visión naíf de la realidad. Todo estaría bien. Habría que ser optimistas sencillamente porque hay que serlos. Cierran los ojos ante el mal, no lo quieren enfrentar. Como alguna vez se dijo, no quieren hablar del elefante que hay en la sala. En el fondo, como a quienes han sucumbido ante la amargura del mal, les falta la fe necesaria para aceptar el mal con objetividad, y para reconocer quién es el Salvador. Quien no quiere ver el mal vive huyendo, pero como está en huida, no sólo no se aleja del mal, sino que lo transforma en su centro. Es una víctima muda del mal.
¿Qué podemos hacer? Es lo que la Iglesia pretende ofrecernos en el tiempo de Adviento. Se trata, en este tiempo, de ver qué nos dicen las Escrituras acerca de la venida del Salvador, para que, desde la fe más plena, podamos mirar la realidad tal cual es, exigiendo a la verdad su poder curativo y sanador.
¿Tienes algún dolor actualmente?
¿Cómo es tu actitud ante él?
2. Desde las Sagradas Escrituras
«Por poco tiempo tu pueblo santo había poseído su heredad, cuando nuestros enemigos pisotearon tu santuario. Somos desde hace tiempo aquellos sobre los que tuya no gobiernas, los que no llevamos ya tu nombre. ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!»
Is 63, 18-19
Este año se abre el domingo I de Adviento con esta lectura de Isaías. Es el lamento por haber perdido el favor divino, la dureza de ver que Dios no está presente, y el anhelo de que el cielo se rasgue para que el Salvador llegue. Hoy también decimos con la misma fuerza, ¡que se rasgue el cielo y que tú desciendas entre nosotros, Señor! El peso del pecado afligía y aflige a la humanidad. Y nos lleva a pedir la presencia inmediata y eficaz del Salvador.
Con un tono lleno de esperanza en el mismo libro de Isaías encontramos cómo sueña el pueblo elegido que será la llegada del Mesías, del liberador, del salvador: «Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto al agujero del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento del Señor, como llenan las aguas el mar»[3]. Cuando el cielo se rasgue llegará el pacificador, la tierra será como un paraíso, y se terminará todo daño en la tierra. Es lo prometido. Pero… ¿es lo cumplido? ¿Es la tierra este paraíso soñado antes de la venida de Cristo? El ambiente de paz ofrecido por el profeta Isaías suena como a un bonito sueño, no realizado en este siglo XXI.
Ahora que empezamos este tiempo litúrgico leeremos el Evangelio según san Marcos. Éste se inicia con esta frase del mismo Jesús: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio»[4]. Creemos firmemente, porque así nos lo dice Jesús, que el Reino ha llegado a esta tierra. Sabemos que es como un grano de mostaza, como un poco de levadura. ¿Es un reino de carácter exclusivamente espiritual? ¿Un reino para unos pocos que son capaces de descubrirlo? ¿El Reino, que sería la presencia de Cristo, es algo extraordinario o algo propio de mi vida cotidiana?
3. Acoger al Señor en nuestro corazón
Estas preguntas nos llevan a plantearnos nuevamente la realidad del Adviento. ¿Qué es? Es la preparación para la venida del Salvador. Hubo una preparación a lo largo de muchos siglos antes de que el Salvador naciera del seno de María, virgen. Hay un adviento en donde esperamos el surgimiento de «cielos nuevos y tierra nueva». Y hoy vivimos un adviento para recordar que vino el Señor, y que vendrá. Es decir, el adviento no es una realidad estática, sino muy dinámica. Es la realidad permanente del cristiano. Siempre estaremos esperando la segunda venida del Salvador. Y, al mismo tiempo, sabemos que el Salvador vino para traernos la liberación.
«Los días del Adviento son como una llamada silenciosa a la puerta de nuestra sepultada alma para que tengamos la audacia de ir al encuentro de la presencia misteriosa de Dios, lo único capaz de liberarnos»
Card. Joseph Ratzinger[5]
Esto nos lleva a descubrir la venida del salvador en una perspectiva objetiva y otra subjetiva. Objetivamente vino. Se encarnó, nació, predicó, padeció, murió, resucitó, ascendió y envió su mismo Espíritu para que nos diese vida. Viene, además, cada vez
que celebramos la Eucaristía, en cada acción litúrgica nos llena de su vida divina. Y vendrá glorioso. Vino en pobreza y murió; vendrá en gloria para resucitar y juzgar. Dios ha venido a nuestro encuentro, nos ha participado su misma vida divina. Subjetivamente se necesita de nuestra acogida, de nuestra libertad para que su venida dé frutos. Si hoy el mundo está mal no lo es porque el Salvador no haya venido, sino porque no hemos acogido su venida. Ante la acción potente del Salvador podemos ser como el agua y el aceite: nos convertimos en una superficie tan llena de la grasa de nuestra indiferencia o de nuestros pecados que no dejamos que el Agua de Vida eterna nos sacie. Vivimos sedientos queriendo tomar agua fresca y, por nuestra libertad mal empleada, creemos que el aceite nos dará lo que no nos puede dar. Pero podemos ser también como la tierra reseca, que está esperando el agua para llenarse de vida.
El Adviento es esa necesaria disposición interior para despojarnos del aceite y convertirnos en tierra que se abre ante la lluvia derramada desde el cielo para nuestro consuelo, liberación, para dar frutos de vida eterna. Depende de nosotros vivirlo como aceite o como tierra reseca.
4. Buscar a Dios donde parece que no está
¿Cómo encontrarnos con Dios? Hay que limpiarnos bien los ojos para aprender a descubrir a Jesús. Nació en pobreza, vivió en pobreza, murió en pobreza. Ya sabemos dónde encontrarlo, donde parece que no está. No estuvo exento del mal, excepto el pecado: tuvo hambre, sueño, se cansó, fue maltratado, se burlaron de Él, lo mataron… Dios no va a ser encontrado en la grandeza humana, ni en el no morir, ni en el no enfermarse, ni en el no padecer. Dios quiso pasar por todas esas realidades humanas, llenándolas de su misma vida. Dios está, como aparece en el capítulo 25 de san Mateo, en quien sufre, en quien padece, en quien es el menos, en quien está en la cárcel. Dios está donde el mundo no lo ve. Celebramos en el Adviento que Dios no se oculta, sino que se hace manifiesto, pero que nos tenemos que preparar para aprender a verlo. Quien no lo ve es el espíritu del mundo, que tiene ojos para las grandezas humanas. Quienes lo ven son los pastores, la escoria de la sociedad, el abandonado de este mundo. Adviento, entonces, es prepararse para ver al Señor hoy. Tengo que aprender a descubrir a Dios envuelto en pañales, entre animales (en el pesebre), entre esos olores brilla su gloria. Se manifiesta a todos. No se oculta.
El adviento será, entonces, el tiempo para dejarme tocar por Dios en donde están mis llagas, en donde más frágil soy. Un niño frágil viene a hacerse presente en mi vida para darme su misma vida. Para eso me tengo que preparar, porque muchas veces me he dejado llevar por los criterios del mundo y quiero que Dios venga a una casa perfecta, a un nacimiento hermoso, a unas realidades artificiales, que ocultan mi mal. Pero Dios viene a donde están los pecadores. Dios me pide esperar su venida con auténtica fe, abriéndome a reconocerlo en lo mínimo.
¿Necesito a Dios? ¿Espero a Dios? ¿Cómo preparar mis ojos para descubrir a Dios envuelto en pañales, entre animales?¿Dónde busco a Dios? ¿Mi vida, como la vida de la Iglesia, es un permanente adviento?
La Iglesia procura que nos preparemos para ese gran momento en cuatro semanas. En cada una de ellas, el Domingo, nos propone un tema de meditación.
CITAS PARA LA ORACIÓN
Domingo I de Adviento
Estar en vela
1a lectura Is 63,16b-17.19b; 64,2b-7: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
Salmo responsorial Sal 79 «Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».
2a lectura 1Cor 1,3-9 Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio Mc 13,33-37 Estén atentos, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa.
Domingo II de Adviento
La conversión
1a lectura Is 40,1-5.9-11 Preparen un camino al Señor.
Salmo responsorial Sal 84 «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».
2a lectura 2Pe 3,8-14 Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Evangelio Mc 1,1-8 Allanen los senderos del Señor.
Domingo III de Adviento
María Madre del Adviento
1a lectura Is 61,1-2.10-11 Desbordo de gozo con el Señor.
Salmo responsorial Lc 1,46-54 «Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador».
2a lectura 1Ts 5,16-24 Que su espíritu, alma y cuerpo sea custodio hasta la venida del Señor.
Evangelio Jn 1,6-8.19-28 En medio de nosotros hay uno que no conocemos.
Domingo IV de Adviento
El anuncio del nacimiento
1a lectura 2Sam 7,1-5.8b-12.14a.16 El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor.
Salmo responsorial Sal 88 «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.»
2a lectura Rom 16, 25-27 El misterio, mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado.
Evangelio Lc 1,26-28 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
[1] Ver Mt 1,21
[2] Ver Ap 21,5
[3] Ver Is 63,18-19
[4] Ver Mc 1,15
[5] Joseph Ratzinger, El resplandor de Dios en nuestro tiempo, Herder, España 2008, p. 26.