Camino hacia Dios

263. El Discernimiento Espiritual


     

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,19-21)

El discernimiento cristiano es fruto de un diálogo abierto y disponible; de una disciplina de oración; de un trato cercano y sincero con la Santísima Trinidad.


“Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, salió,
y se fue a un lugar solitario, y allí oraba”. (Mc 1,35)

Casi al final del primer capítulo de su Evangelio, San Marcos nos narra una escena bastante inusitada. Pedro, agitado, sale en búsqueda de Jesús para presentarle una urgencia: «todos te están buscando» (Mc 1,37b); detalle: Jesús estaba rezando, tranquilo, en la presencia de su Padre, aprovechando el silencio de las primeras horas del día para recomponer sus fuerzas (Mc 1,35). Es muy evidente el contraste entre los dos personajes en cuestión: por una lado, Pedro, ansioso y preocupado, desconcertado por no saber qué hacer con toda aquella gente aglomerada una vez más en la puerta de su casa; por otro, un Jesús sereno y profundamente recogido, dueño de sí mismo, absorto en la oración. La respuesta que el Señor le da a Pedro es aún más extraña: “Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”. (Mc 1,38)

Parafraseando: “Pedro, perdóname, pero no voy a ir a tu casa. Sé que hay mucha gente necesitada buscándome, pero ahora mismo tenemos que salir a los pueblos vecinos para predicarles a ellos también el Evangelio”. Imaginemos la sorpresa de Pedro ante la tajante negativa de Jesús. En efecto, lo “normal”, por decirlo de alguna manera, sería que el Señor se levantase de su oración, siguiera a su discípulo y atendiera a la gente necesitada, como además lo había hecho durante toda la noche pasada (ver Mc 1,32-38). Pero no. Jesús ha tomado la “extraña” decisión de irse de inmediato. Como fundamento de su decisión, le dice Jesús a Pedro: «para eso he salido (venido)» (Mc 1,38)[1]

Nos encontramos, ante una clara manifestación de lo que en la espiritualidad cristiana se suele llamar discernimiento espiritual. Todos nosotros somos llamados a tomar decisiones importantes en nuestras vidas: dónde trabajar, dónde estudiar, a qué me voy a dedicar, cuál es mi vocación personal, con quién voy a casarme, dónde servir mejor al Señor, etc. Y no es fácil saber en el aquí y ahora, sobre todo en medio de las urgencias de la vida, cuál es la específica Voluntad de Dios. Hay mucha “bulla” afuera (y también adentro, en nuestro interior) que nos distrae, haciendo que nuestra capacidad para tomar decisiones, de involucrarnos con Dios y los demás, quede no pocas veces comprometida. La respuesta que Jesús le dio a Pedro en aquella insólita mañana, por más “extraña” y aparentemente “inhumana” que fuera, era el fruto de una profunda oración, un momento de discernimiento espiritual junto al Padre en el Espíritu Santo. Es probable que, si dependiera de la mera voluntad humana de Jesús, Él hubiera vuelto a la casa de Pedro y hubiera atendido su urgente pedido. Pero la Voluntad de su Padre era otra: que Jesús fuera a los pueblos vecinos para anunciarles la Buena Nueva. En efecto, Él no vino para eliminar las enfermedades, los dolores de la gente, sino a librarnos del poder del pecado y sus consecuencias.

No se trata de agotar todo el tema aquí, en estas breves líneas, pero quisiera al menos compartirles, a la luz del Evangelio, algunos presupuestos que considero fundamentales para que podamos escuchar mejor a Dios y realizar su Plan.

¿Qué lecciones podemos sacar para nuestras vidas de dicha dura decisión del Señor? ¿Ves la importancia de aprender el arte del discernimiento espiritual?


1. La importancia de la oración.

Discernir es saber distinguir, separar, categorizar, precisar, entre las varias opciones que se nos presentan, lo que más y mejor nos conviene en el aquí y ahora de nuestras existencias. Es un ejercicio que involucra nuestra mente, corazón y voluntad. Dicho ejercicio de discernimiento se llama, además, espiritual precisamente porque se trata de un asunto de gracia, de vida espiritual, es decir, de una relación, de un encuentro profundo con el Espíritu Santo que nos ha sido dado (ver Rom 5,5). El discernimiento cristiano es fruto por tanto de un diálogo abierto y disponible, de una disciplina de oración, de un trato cercano y sincero con la Santísima Trinidad – «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,19-21) -.

El Evangelio está lleno de ejemplos de cómo el Señor, en momentos decisivos de su ministerio público acudía a la oración para discernir qué y cuándo obrar. (Así ha elegido a los Doce apóstoles; les ha enseñado el Padre Nuestro; se ha Transfigurado ante ellos; se ha preparado para la Pasión, etc.). En innumerables situaciones Él advertía a sus discípulos «mi alimento es hacer la Voluntad del que me envió [mi Padre] y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Incluso en los momentos de oscuridad y sufrimiento, cuando el discernimiento se hacía más difícil, el Señor no dejaba la oración: «Oren para que no sucumban a la tentación» (Lc 22,40).

Puede ser que en determinados momentos de nuestra vida, la oración se nos vuelva muy difícil, árida, y que sintamos como si el Señor nos hubiera abandonado. Pero incluso en estas situaciones de prueba, podemos tener la certeza de que el Espíritu Santo aboga por nosotros con gemidos inefables (Rom 8,26) y que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37).

La persistencia en la oración, nuestra generosidad en abrir nuestros corazones a la Santísima Trinidad, produce muchos frutos. Y esa familiaridad con Dios nos permite ir conociendo, poco a poco, al ritmo de la libertad y del amor, su Voluntad para nuestras vidas.

¿Qué medios puedes poner para incrementar tus momentos de oración? Quizás en qué momentos rezarás, cuando planifiques tu día, tu semana…quizá tener una lectura espiritual que te ayude a mejorar tus encuentros con Dios… quizá velar porque tengas momentos de esa buena soledad, en la que puedas entrar en ti mismo (a)?…


2. La disponibilidad interior.

 

A través de la oración vamos aprendiendo a escuchar al Señor y a descubrir su Plan para nosotros. Pero el momento quizás más importante del discernimiento no sea tanto el escuchar, el conocer lo que el Señor nos pide, sino el aceptarlo de corazón, con plena y libre disponibilidad. El así llamado “joven rico” ha conocido el Plan de Dios para él, pero no lo aceptó (ver Mc 10,21-22). Lo mismo ha sucedido con algunos otros discípulos que se escandalizaron por las palabras “eucarísticas” de Jesús en la Sinagoga de Cafarnaúm (ver Jn 6,61-66).

La disponibilidad de corazón, la docilidad interior, la obediencia, son clave para una relación cada vez más profunda y cercana con el Señor y para permitir que Él, en su Divina Providencia, se sienta en la libertad e incluso en la alegría de revelarnos su Plan. El Señor espera de nosotros una fe madura, responsable; una respuesta sincera como la que hemos podido apreciar en María (ver Lc 1,39) y en José (ver Mt 1,24), por ejemplo.

¿Cómo está tu deseo de hacer la Voluntad de Dios en tu vida? Pídele a Él que te ayude a crecer en este deseo, rezando con fervor el Padre Nuestro.

En ese sentido, la oración del Padre Nuestro se nos presenta como un excelente medio de meditación y disciplina espiritual. No repitamos el “hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo” de manera superficial y aburrida, sino de corazón, con responsabilidad filial.

El Señor no quiere obrar en el mundo sin nuestra libre cooperación.

3. Atención a los signos y mediadores

Dios nos habla muchas veces a través de signos. Éstos pueden ser interiores o exteriores.

Normalmente llamamos “signos interiores” a algunas inspiraciones, mociones espirituales que llegan a nuestra conciencia espiritual moviendo nuestro entendimiento, nuestros sentimientos y nuestra voluntad. Son
gracias que el Señor nos concede por medio de la oración o, incluso, a través de nuestra vida ordinaria. Podemos y debemos pedir a Dios en nuestras oraciones que nos mueva el corazón, que nos ilumine la inteligencia, que nos ayude a discernir lo mejor para nosotros en el aquí y ahora de nuestras vidas. ¿Necesitas un empleo? ¿No sabes qué camino tomar? Pídele al Señor que te ilumine. Sé dócil a sus mociones y observa, con fineza interior, los signos interiores que Él, en su generosidad, te pueda estar mandando. ¿Necesitas saber si ésta es la mujer o el hombre de tu vida, si ésta es o no tu vocación? Pídele al Señor. Con confianza. Somos sus hijos.

Además de los signos interiores (que pueden variar de persona a persona, según la gracia que Dios, en su liberalidad, nos concede), existen también los así llamados signos exteriores. Éstos también implican atención
y fineza interior. El Señor nos puede hablar por medio de un paisaje, por objetos muy concretos, por frases oídas en la calle, por encuentros inesperados con personas determinadas, entre otras muchas cosas. Lo más común es que el Señor nos ofrezca algún signo a través de nuestros amigos y familiares más cercanos, a través de personas (mediadores) con más experiencia espiritual que la nuestra, por medio de un Director espiritual, por ejemplo. Para una persona, “despierta” espiritualmente, todo puede ser una ocasión para que Dios se manifieste. Incluso en situaciones inesperadas, como por ejemplo, una horrible pelea en un ataque de ira, de una situación de caída en algún pecado grave, pueden ser ocasión para que el Señor nos enseñe algo que facilite nuestro inmediato discernimiento.

El Señor siempre se quiere comunicar contigo. ¿Estás atento a los signos con los que Él te habla? Detente a pensar unos momentos en tu día y pídele al Señor su luz, para poder ver su acción en tu vida.

4. Discernir cosas correctas


Una cosa sumamente importante a la hora de procurar hacer un buen discernimiento es tener claridad sobre la materia en cuestión, es decir, no discernir sobre “cosas abstractas” y demasiado “genéricas”, sino ir al grano, como se suele decir. Poner nombre a las cosas. Al Señor le encanta que le presentemos todos nuestros proyectos, planes, pensamientos y sentimientos. Cuanto más concreto sea nuestro discernimiento y cuanto más asiduo e insistente sea nuestro clamor al pedirle su ayuda, probablemente, mayor resultados obtendremos (ver Lc 11,5-13).

El discernimiento espiritual es un arte de la vida cotidiana, y por lo tanto, de cosas muy concretas que afectan nuestro día a día.

Presentemos al Señor, con disponibilidad y confianza, con sencillez y humildad, lo que consideremos más oportuno para nuestra vida, pero dejemos espacio para que el Señor nos lo conceda cómo y cuándo Él lo quiera. Discernir es también saber esperar y confiar. Es un asunto de fe.

5. La Fe de la Iglesia

 

Otro elemento importante en el discernimiento espirituales escuchar a la Santa Madre Iglesia.

No pocas veces, la materia de nuestro discernimiento ya está definida por la Iglesia a través de los criterios evangélicos (Sagrada Escritura), a través de la Sagrada Tradición y sus principios morales, a través de la innumerable experiencia de los santos y del Magisterio de la Iglesia. El discernimiento espiritual, siendo una actividad personal, no es jamás una realidad individualista. Somos Iglesia. Rezamos dentro de un Cuerpo Vivo, dinámico, de comunión. ¿Quieres saber si el Plan de Dios es que convivas o no con tu novia antes del matrimonio? La Iglesia ya tiene la respuesta para ti sobre eso. El discernimiento aquí es bien fácil. ¿Necesitas saber cómo actuar como un buen católico en el campo de la política, de la economía, de la bioética? La Iglesia, en su doctrina social, también tiene una respuesta. Hay que estudiar y leer, es decir, conocer y profundizar lo que dice la Iglesia a respecto de todas estas cuestiones que te pueden estar inquietando.

¿Le dedicas tiempo a conocer tu fe? Piensa en aquello que quieres discernir y busca en las Sagradas Escrituras o en el Catecismo de la Iglesia, luz para poder comprender mejor la realidad y discernir mejor.

En ese sentido, leer el Catecismo de la Iglesia Católica y conocer la vida de los santos son excelentes medios para el discernimiento espiritual. Nuestros hermanos en la fe probablemente pasaron por los mismos problemas que tú ahora te planteas ante el Señor en la oración. No pierdas esta oportunidad para acercarte al patrimonio de la Santa Madre Iglesia. Ahí encontrarás un caudal enorme de principios orientadores para tu discernimiento.

6. María, mujer del discernimiento

Nuestra Madre María, la Mujer que guardaba todas las cosas que Dios le iba indicando en el camino de su vida espiritual en su puro e inmaculado corazón (ver Lc 2,19), es Mujer de discernimiento y silencio interior. Cuando el Señor la llamó, no le dio el “manual completo”. La vida cristiana en ese sentido es un camino de confianza y disponibilidad interior, no un rígido sistema hecho en base a contratos preestablecidos o de caminos ya predeterminados. El Señor nos hizo libres y ama la libertad, es flexible y creativo en su modo de relacionarse con nosotros.

Por ello, nuestra vida de discernimiento debe inspirarse en el fiat de la Madre.

La oración, la disponibilidad interior, la lectura de los signos concretos (el embarazo de su parienta Isabel, por ejemplo; la aceptación dócil de José al “inesperado” desposorio), la Fe en las Escrituras de Israel, en sus profecías, el ejemplo de los patriarcas, todo eso ha contribuido para que la Virgen pudiera ir respondiendo a sus interrogantes y creciendo en su fe, esperanza y caridad, en su misión de ser la Madre del Reconciliador.

Hagamos caso a su experiencia maternal: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5); ésa es la esencia del discernimiento espiritual.

Además, ella es nuestra querida madre que acompaña nuestros discernimientos.

Mira la estrella, invoca a María
Oración de San Bernardo

¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme,
arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades,
si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta,
si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino,
mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo,
de la ambición, de la murmuración, de la envidia,
mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros
sacuden la frágil embarcación de tu alma,
levanta los ojos hacia María.
Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes,
confuso ante las torpezas de tu conciencia,
aterrorizado por el miedo del Juicio,
comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza,
a despeñarte en el abismo de la desesperación, piensa en María.
Si se levantan las tempestades de tus pasiones,
mira a la Estrella, invoca a María.
Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu,
levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación,
lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.
Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás.
Y guiado por Ella llegarás al Puerto Celestial.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón;
y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás,
pensando en Ella, evitarás todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer;
si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia,
con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.

 

 


[1] La frase hace referencia no solo al hecho que fundamenta su ministerio apostólico, es decir, el de ir a los más diversos pueblos de Israel para anunciarles el Reino de Dios, sino también al hecho de su “salida” del seno de la Trinidad, en alusión al misterio de su encarnación. El Señor “salió” de su “tranquilidad” Trinitaria, por decirlo de alguna manera, para, haciéndose hombre, vivir en medio de nosotros y así poder morir por nosotros.