Camino hacia Dios

260. La Esperanza Cristiana

 

 

      

La esperanza dispone nuestro corazón para esperar con los pies en la tierra y los ojos en el cielo.

1. Esperanza y anhelo de felicidad

La esperanza es una virtud esencial en la vida de todo cristiano. A lo largo de nuestra existencia, en distintas etapas, reconocemos muchas “esperanzas”. Por ejemplo, cuando uno es joven, la posibilidad de encontrar el verdadero amor, o de ubicarse profesional o laboralmente se convierten en un motor para seguir la vida y esperar con ilusión.  Pero llegado el momento en que se cumplen dichos sueños se llega a la conclusión que esas realidades que en sí mismas son buenas, no llenan del todo el corazón, éste siempre “pide” algo más.

Aunque la modernidad ha tratado de hacernos creer que la felicidad es alcanzada por lo finito y meramente humano y se centra en simplemente tener un mundo mejor, el corazón humano no queda satisfecho puesto que como cristianos sabemos que la verdadera felicidad está en Dios.

«La esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres». Catecismo n. 1818

«Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar»[1].

Aunque la modernidad ha tratado de hacernos creer que la felicidad es alcanzada por lo finito y meramente humano y se centra en simplemente tener un mundo mejor, el corazón humano no queda satisfecho puesto que como cristianos sabemos que la verdadera felicidad está en Dios.

«Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar»[2].

2. Optimismo vs. Esperanza

«Dios nunca sale derrotado, y sus promesas no caen junto con las derrotas humanas; más aún se hacen mayores, como el amor, que crece en la medida en que lo necesita el ser amado»[3].

La esperanza cristiana no es lo mismo que un optimismo de temperamento o disposición natural, este es una cualidad psicológica, que puede ir unida a ella.  Tampoco es un optimismo ideológico, que cree en el progreso que se debería de dar por la evolución o por la lucha de clases marxista. Esto es como una secularización de la esperanza cristiana[4]. La meta de este optimismo es el éxito de nuestros propios planes y deseos, de nuestro hacer y poder, en busca de una sociedad perfecta.

«En cambio la esperanza de la fe se abre hacia un verdadero futuro, más allá de la muerte, y solamente así los verdaderos progresos que hay, se convierten también en un futuro para nosotros»[5].

Su amor que es fuerte y eterno acompaña nuestros pasos para caminar día a día en este mundo que constantemente nos desafía y pone a tambalear nuestras convicciones.

Veremos tres ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras, donde podemos ver la esencia de la esperanza cristiana.

Jeremías quien fuera catalogado como el profeta pesimista demuestra ser un verdadero portador de esperanza. Cuando para los otros aparentemente era el final de todo, para él comenzaba un nuevo capítulo. «La derrota de Israel, la desaparición oficial de su existencia nacional hace llegar la hora del “pesimista” Jeremías y de su mensaje de esperanza. En este momento el profeta encuentra inmortales palabras de consuelo. Él da la fuerza para vivir y sobrevivir, la fuerza para un inicio nuevo y la esperanza que los condujo de vuelta a la patria»[6].

Por otro lado está el Apocalipsis de Juan. Para muchos es un libro que genera miedo y terror porque dicen que habla del fin del mundo. Cierta ignorancia ha propiciado que muchos pierdan de vista y se acerquen con una prevención al texto sagrado cerrándose al verdadero sentido. El mensaje es claro:

«La historia humana con todos sus terrores no se precipitará en la noche de la autodestrucción; Dios no deja que se la arranquen de sus manos. Los juicios punitivos de Dios, los grandes dolores, en los que está inmersa la humanidad, no son destrucción, sino que sirven precisamente a la salvación de la humanidad»[7].

El Apocalipsis de Juan habla de la realidad en la que, a pesar de las consecuencias del mal, el Bien triunfa.

«La esperanza protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad». Catecismo de la Iglesia Católica n.  1818

Y finalmente las Bienaventuranzas. «El sujeto secreto del Sermón de la montaña es Jesús. Únicamente a partir de este sujeto podemos descubrir toda la importancia de este texto clave en la fe y la vida cristiana»[8].  Hay quienes entienden este texto de manera sesgada y lo limitan a una propuesta moralista exagerada e inalcanzable. Pero la presencia de Jesús; la lectura cristológica del texto permite leerlo como palabra de esperanza. Ratzinger dirá que «La Carta a los Hebreos aclara este nexo entre cristología y esperanza, cuando dice que poseemos un ancla sólida y firme que llega hasta el interior del santuario, dentro de la tienda, donde Jesús mismo ha entrado (6,19s.). El hombre nuevo no es una utopía: existe, y en la medida en que estemos unidos a él, la esperanza está presente, no se trata de un puro futuro. La vida eterna, la verdadera comunión, la liberación, no son utopías, pura espera de lo inconsistente. La “vida eterna” es la vida real, y también hoy está presente en la comunión con Jesús»[9].

3. Esperanza y salvación

La salvación que Cristo nos ha dado implica una fe fuerte y una esperanza sostenida ante la posibilidad de alcanzar la vida eterna. De hecho, es asumir una actitud vital frente a lo pedido en el día de nuestro bautismo donde se acoge al recién nacido en la comunidad y se celebra el nacimiento a la vida de fe. «El sacerdote preguntaba ante todo a los padres qué nombre habían elegido para el niño, y continuaba después con la pregunta: «¿Qué pedís a la Iglesia?». Se respondía: “La fe”. Y “¿Qué te da la fe?”. “La vida eterna”. Según este diálogo, los padres buscaban para el niño la entrada en la fe, la comunión con los creyentes, porque veían en la fe la llave para “la vida eterna”»[10]. Entonces el sacramento del Bautismo lejos de ser un evento social y de simple acogida por parte del resto de creyentes, es para los padres la posibilidad de que su hijo reciba la vida en abundancia, la vida que no se acaba, la vida eterna.

Creer en la salvación traída por Cristo acrecienta la esperanza, pues, la fe es la sustancia de ella.

La esperanza nos permite afrontar el presente y sus adversidades, con esfuerzo sostenido y con la ilusión de alcanzar la meta que sabemos es grande: nuestra salvación y que por ello justifica todo esfuerzo realizado.

Debemos vivir con la certeza que la esperanza bien vivida transforma el corazón y sostiene nuestra vida. Y es que cuando sabemos que la muerte terrena no tiene la última palabra, sino que somos ciudadanos del cielo y nuestra existencia es un peregrinar hacia la vida eterna, la vida no pasa a ser color rosa, pero sí más llevadera.

4. Esperanza y alegría

“Estad alegres en el Señor y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,12a)

Quien vive con esperanza, vive ilusionado en la vida: siempre esperando lo mejor de la realidad y con la fe intacta ante un Cristo que es capaz de hacer nuevas todas las cosas y llenarlas de sentido.

Nuestra esperanza es Cristo mismo; es por ello por lo que debemos estar alegres y contentos porque sabemos en Quién hemos puesto nuestra confianza. Es por ello por lo que con esa conciencia debemos alimentar nuestra esperanza que a veces puede presentarse frágil ante las dificultades. Si bien es cierto, Cristo nos sostiene y permanece fiel; la vida es difícil pero nunca es excusa suficiente para estar tristes y negativos. Dios nos creó para el bien y para el amor. Él nos creó para ser felices y nos dio la posibilidad de serlo, siempre y cuando escojamos el camino de la verdadera libertad que se da desde el amor. Y el amor, engrandece el alma y produce alegría.

Por ello, debemos cultivar nuestro interior a través de la oración para experimentar de primera mano la presencia de Dios Padre que nos ha prometido vida eterna. En la Encíclica Spe Salvi, Benedicto XVI deja el testimonio de la vida del inolvidable Cardenal Van Thuan. Y dice al respecto:

«Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad»[11].

Y es que quien reza nunca está solo y siempre se experimenta amado. ¿Qué persona que se siente amada puede estar triste? La esperanza de estar con el Señor por la eternidad nos debe renovar en la espera gozosa de afianzar nuestra comunión con Él, que vivimos hoy en la tierra pero que será plenamente eterna en el cielo.

El Señor nos ha mandado a estar alegres. Y es que, ¿cómo puede un cristiano vivir triste y con “cara de pepinillo en vinagre”[12]? Con Cristo tenemos la certeza de que el Bien siempre triunfa ante el mal y de que seguimos a quien hizo cielo y tierra.

Oración del Cardenal Van Thuan

Jesús,
ahora puedo decir como san Pablo: «Yo, Francisco, prisionero de Cristo, ego Franciscus, vinctud Jesu Guisa pro vobis» (Ef 3,1).

En la oscuridad de la noche, en medio de este océano de ansiedad, de pesadilla, 
poco a poco me despierto: «Debo afrontar la realidad». «Estoy en la cárcel. 
Si espero el momento oportuno de hacer algo verdaderamente grande, ¿cuántas veces en mi vida se me presentaron ocasiones semejantes?

No, aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria».

Jesús,
no esperaré, vivo el momento presente, colmándolo de amor.
La línea recta está hecha de millones de pequeños puntos unidos uno a otro.
También mi vida está hecha de millones de segundos y de minutos unidos uno al otro.

Coloco perfectamente cada uno de los puntos y mi línea será recta.
Vivo con perfección cada minuto y la vida será santa.

El camino de la esperanza está pavimentado de pequeños pasos de esperanza.

Como tú, Jesús, que has hecho siempre lo que es agradable a tu Padre.
Cada minuto quiero decirte:

Jesús, te amo, mi vida es siempre una «nueva y eterna alianza” contigo.

Cada minuto quiero cantar con toda la Iglesia: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…

Residencia obligatoria Cáy Vóng (Nhatrang, Vietnam Central), 

16 de agosto de 1975, día siguiente a la Asunción de María.


[1] Spe Salvi, 30.

[2] Ibid. 31.

[3] Joseph Ratzinger, Mirar a Cristo, Edicep, 2ª edición, España 2005, p. 57.

[4] Cf. Ibid. p. 51-52.

[5] Ibid., p. 54-55.

[6] Ibid., p. 57.

[7] Ibid., p. 60.

[8] Ibid., p. 66.

[9] Ibid., p. 68.

[10] Spe Salvi, 10

[11] Spe Salvi, 32

[12] Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, 10 de mayo de 2013.