Camino hacia Dios

259. ¿Por qué amar el Adviento?

 

   

 

¿Qué hay de tan especial en este tiempo litúrgico que en sí mismo es una preparación de algo más grande?

1. El tiempo litúrgico de Adviento

«Ven Señor Jesús» Ap 22,20

La Madre Iglesia nos ofrece diversos “tiempos” que acompañan el despliegue del Misterio de Cristo a lo largo del año. Semejante a las estaciones del año y a muchísimos elementos cíclicos de la naturaleza, la vida espiritual del hombre está llamada a tener un ritmo. La repetición anual de los tiempos litúrgicos permite revivir y ahondar riquezas de la vida cristiana que no se pueden captar y asimilar en una sola temporada. El año tiene ritmos, parecido a los ritmos del “spinning” o los ciclos de la máquina elíptica, con sus intensas subidas, bajadas y descansos.

El que existan ritmos diversos como iniciativa divina para ejercitar la vida espiritual lo sugirió el mismo Jesús cuando dijo: “¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!” (Lc 7,31-35). Dios está tocando una melodía para nosotros en cada tiempo litúrgico. ¿A qué nos mueve la melodía del Adviento ?

El Adviento no es un tiempo de exultante regocijo como lo son la Navidad y la Pascua. No se trata de un tiempo de danza pascual, ni de llanto cuaresmal, sino de silente alegría, una espera reflexiva, dulce y profunda. Hay una invitación a vivir la alegría, pero no la alegría del pleno día (el blanco pascual y navideño) sino la alegría del amanecer (un morado que va esclareciendo). Su sobria alegría pide una preparación firme, determinada, íntegra. En Adviento Jesús nos susurra:

 “Escoge una alegría estable, escoge recordar cuánto te amo al punto de descender del Cielo a la tierra por ti. Alégrate porque vine y vendré en cualquier momento por ti. Prepárame una habitación que estoy preparando la tuya en el Cielo. Renuncia con firmeza a los hábitos que obstaculizan mi entrada, y regálame el que merezco, tal como lo hizo mi Madre”.

2. El Adviento sugiere una revolución espiritual

«Ya es hora de que os despertéis del sueño […]La noche esta muy avanzada, el día se acerca» Rom 13,11-12.

Lejos de ser un tiempo “dulzón” o sentimental, el Adviento sugiere más bien una revolución espiritual. Los tres personajes esenciales del Adviento: Isaías, Juan Bautista y María, son personajes vibrantes, llenos de energía y pasión. No son sólo lindas personas, sino que son revolucionarios y atrevidos. No se mimetizan con la tibieza del ambiente, ni se desalientan ante la opresión sufrida. Tienen pasión por lo imposible, pues, saben que nada es imposible para Dios.

Isaías profetiza el triunfante regreso del exilio luego de la terrible humillación a manos de los Babilonios en el 587 a.C. La élite de Israel había sido llevada cautiva y el Templo destruido. Cuando el Creador del universo parecía derrotado, Isaías grita a viva voz la visión de la esperanza, ¡la victoria de nuestro Rey! (Ver Is 52,7-10)

Unos 500 años después del exilio aparece Juan el Bautista en el desierto de Judea. Un estremecedor personaje vestido con piel de camello, alimentado con langostas y miel silvestre. ¿Cuál es su mensaje? Hacer oír directamente a Isaías, revivir la esperanza del corazón. “Yo soy la voz que clama en el desierto. Preparen el camino” (Jn 1,23). El reino de Dios está a la mano, ¡la victoria se está dando! No hagan “como si fuera verdad”, pues de verdad el Reino de Dios está aquí. ¡La victoria definitiva es de nuestro Dios!

María es la figura predilecta del Adviento. Ella abre la puerta al Rey para que entre al exilio de nuestro mundo. En su “Hágase” le dice a su manera al Ángel: “Sí, Ven, ¡Ven Señor! Es el más valiente de estos personajes porque es la más creyente. Ella es la espiritualidad del Adviento encarnada. Sin manejar los detalles ni las implicancias de su decisión simplemente se rinde, cae de rodillas ante el amor inmenso. No la detienen las habladurías ni el peligro que corre ante este misterioso embarazo. Dice Sí a la sorpresa de Dios y va pronto a servir a Isabel. No hay pereza en ella. Estamos ante un personaje vibrante, vital, que se ha dejado poseer por el propósito de la vida misma y por eso va, se mueve. No está atascada en el más mínimo letargo espiritual, no despilfarra la energía del Espíritu, ni cae en espacio egocéntrico alguno. Conquistada por Aquel que la trasciende y que une a toda la humanidad, Ella se mueve veloz pero sin disiparse, va sin desparramar su vida en el camino, va recogida y enfocada en su misión. Ésta es la actitud del Adviento.

Los tres personajes son vigorosos y desafiantes, pues confían en que lo más grande está por venir. Para ellos no todo está arreglado aún, están abiertos, vigilantes, disponibles para acoger la salvación y comunicarla. En ellos vemos que nuestra vida en este mundo es un Adviento continuo. Nunca está resuelta del todo, nunca del todo apacible, nunca del todo bajo control. Siempre anhelamos más, habitados por cierta insatisfacción vamos hacia delante, anhelando más y más… La vida en sí es un Adviento permanente.

3. El Adviento es un tiempo de sanante “transformación espiritual”.

«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas». Sal 127,1

Moldeados por la mentalidad autosuficiente del mundo moderno solemos decirnos: “yo defino mi vida, mi número de hijos, mi imagen, mis metas y conquistas, yo, yo, yo”. Pues, el Adviento nos recuerda que no tengo el control de mi vida. Hay problemas que no puedo resolver. Debo clamar y rogar:

¡Ven, ven, Oh Emmanuel… estoy indefenso, ¡necesitado!

No me bastan mis conocimientos, mis terapias y lecturas de autoayuda. Lo mejor que puedo hacer es rogar, suplicar, esperar y confiar. ¡No tengo el control de mi vida! Si el ser humano no se rinde ante Dios simplemente no crecerá, no estará en la correcta postura espiritual. El Adviento enseña a rogar su venida. Nos dice: “Deja de estar adicto al control de tu vida, de querer poseer todo lo que te provoca y evitar sufrir a toda forma”. El Adviento viene a remover nuestros cálculos para esperar lo que sólo Dios puede hacer.

Esto podría parecer malo, pero no es así, pues en lo más fundamental no tenemos el control de nada. El Adviento abre ese nivel de realidad más hondo y por eso es un tiempo de sanante “transformación espiritual”.

4. El Adviento enseña a esperar

«Estén atentos y vigilantes». Mc 13,33

Luego de habernos golpeado y movido a reconocer que somos radicalmente impotentes ante lo más fundamental, el Adviento nos enseña a esperar. Quiere que esperemos, pero con el corazón en la mano. Esperando de Dios lo máximo, la máxima comunión y alegría. Reconocemos que lo que nuestro corazón ansía más es justamente lo que no podemos obtener por nosotros mismos. Sacándonos de nuestra zona de confort, el Adviento nos mueve a esperar, pero no a esperar como quien espera una pizza en el restaurante, sino a esperar por lo que mi corazón está tan sediento. Un amor personal e incondicional. Esperar atrevidamente, con pasión, por lo imposible. Hay que recordar que por naturaleza estamos hechos para algo (Alguien en realidad) que supera nuestra naturaleza.

Pero… ¿qué es esperar? ¿hacer nada? Cuando éramos niños y nos moríamos de ganas de hacer algo, nuestros padres nos decían: “¡espera!” Usualmente nos limitábamos a aburrirnos, a no hacer nada, a ser pasivos y sólo esperar. Pero cuando la Madre Iglesia nos llama a esperar no está significando un esperar pasivo. La espera cristiana es la más activa posible, pues es sobretodo una experiencia receptiva. Dios siempre está actuando e interactuando. Dios siempre es el primero en moverse, en tomar la iniciativa, por tanto, acoger o recibir es una acción firme y determinada, que implica el concurso de mente, sensibilidad, pasión y lo íntimo del corazón. Eso requiere, espera activa, espera en receptividad, atenta, despierta, hacia delante. Dios está esperando a que seamos receptivos. No nos va a atropellar, pues, Él es reverente, es fino y respetuoso.

Una cosa más sobre el “esperar”. Es importante ponernos en el “cronograma” de Dios y no a Dios en el nuestro. Muchas veces no estamos listos para lo que Dios nos ha prometido. Uno dirá: “¡Pero Él nos ha prometido tanto!” Sí, es verdad que la Escritura está llena de promesas y que nos quiere dar de todo, pero debemos de pasar por una especie de tiempo de entrenamiento en la escuela de Dios. Así como cualquier niño que desea aprender a tocar un instrumento o jugar algún deporte, a veces debemos de pasar por un largo tiempo de preparación y disciplina.

Al hablar de la oración, San Agustín dice que muchas veces Dios retarda su respuesta para que el corazón del orante se dilate y se capacite para el don. A veces nuestro corazón simplemente no está listo y nos hace esperar. El Adviento ayuda a amar el “cronograma” de Dios, donde en el momento idóneo se nos dará lo más conveniente y nos colmará de una alegría sin igual. No dejemos de esperar en Él.

Acoge y asimila lo que Dios te habla en el corazón y luego ¡a moverte en la dirección en la que te llama!