Camino hacia Dios

14. Anunciación-Encarnación

 

Todos los años los cristianos nos reunimos para celebrar la Navidad. Desafortunadamente la cultura de muerte, con su pernicioso influjo, ha afectado la celebración de esta fiesta auténticamente cristiana. El fenómeno comercial, rasgo característico de la contemporánea sociedad de consumo, amenaza con oscurecer cada vez más su significado. Por otro lado, la misma rutinización en la vivencia de nuestra propia vida cristiana, contribuye a que perdamos de vista la hondura del misterio del nacimiento del Señor.

Para el creyente, la Navidad es algo mucho más profundo que una mera ocasión para reunirse a compartir una cena, pasar un momento alegre o intercambiar algunos regalos. La Navidad es, sobre todo, la celebración del acontecimiento más trascendente en la historia de la humanidad: la venida del Hijo de Dios al mundo en el seno de Santa María. ¡Sí! ¡Dios mismo se hace hombre en un extraordinario misterio de amor que desafía toda lógica humana!

La celebración de la Navidad es, pues, ocasión para profundizar en el sentido de la Anunciación-Encarnación del Verbo, misterio central de nuestra fe. Éste constituye un elemento ineludible para comprender y vivir más plenamente nuestra vida como seres humanos, ya que es a la luz de este extraordinario acontecimiento que podemos vivir de modo adecuado nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, los demás y el mundo.

Encuentro entre Dios y los hombres

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer»[1]. Con aquel “Sí” generoso, pronunciado por Santa María[2], la humanidad entera acogía el don divino. Continuaba así la obra reconciliadora en la historia humana, ya iniciada por Dios tras el pecado original.

En efecto, rota por el pecado la comunión con Dios Amor, a la cual estaba invitado el hombre desde sus orígenes, el Hacedor no se olvida de su creatura y le ofrece la posibilidad de reconciliarse con Él, a través de un acto de amor infinito. La Anunciación-Encarnación del Hijo es la manifestación más sublime de ese amor divino a los hombres, la cumbre del designio amoroso de Dios Comunión. Ella nos revela la iniciativa divina de Aquel que sale al encuentro del hombre: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna»[3].

Revelación de la plena humanidad

El misterio del Verbo Encarnado no sólo nos manifiesta quién es Dios. También resulta una clave imprescindible para ahondar en el misterio del propio ser humano. A la luz de la Encarnación y su misteriosa realidad en los hechos, dichos y vida del Señor Jesús, la persona se descubre a sí misma y percibe la grandeza de su destino.

En efecto, ¡vale la pena ser hombre, porque el mismo Hijo de Dios se ha hecho hombre!, como bien ha dicho el Papa Juan Pablo II[4]. El Hijo de Santa María «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»[5]. Sólo puede descubrirnos el significado pleno de la verdadera humanidad Aquel que siendo Dios se ha hecho hombre como uno de nosotros, elevando la dignidad del ser humano hasta lo inimaginable, dando así a la vida humana la dimensión que quería darle desde sus comienzos[6]. No en vano San Ireneo exulta lleno de asombro: «La gloria de Dios es el hombre viviente»[7].

Acto de amor a los seres humanos

El misterio del Verbo hecho Hijo de María también constituye un dato fundamental para poder entender la magnitud de la exigencia del amor a nuestros hermanos humanos. El Verbo Eterno, haciéndose Hijo de Mujer, «por nosotros los hombres y por nuestra salvación»[8] —como reza el Credo Niceno-Constantinopolitano—, viene a nuestro encuentro en un acto sublime de generosidad, de entrega, de amor, a enseñarnos a ser más humanos, poniendo como horizonte de nuestra existencia el mandamiento del amor a nuestros hermanos[9], el amar sin medidas[10] como Él mismo lo hizo[11]. En el Señor Jesús descubrimos la radicalidad de este amor, pues Él nos amó primero[12].

Jesús se hace hombre solidario con todos los hombres. A pesar de su condición divina, no hace alarde de su categoría de Dios, antes bien se despoja de sí mismo, haciéndose pasar por uno de tantos[13]. Su amor por los seres humanos es tal que se hace semejante a nosotros en todo, menos en el pecado[14], compartiendo nuestras debilidades y flaquezas, hasta el extremo de entregar en servicial y amorosa obediencia la propia vida en el madero de la Cruz[15].

Estar en el mundo sin ser del mundo

La Anunciación-Encarnación del Verbo nos pone también de manifiesto que la creación, el mundo, en sí mismo es bueno por ser obra de Dios. Es el ser humano quien, con su propio pecado, ha introducido el desorden en la creación. «En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre… adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor»[16]. El cristiano valora el mundo, no lo desprecia, porque sabe que su Señor «puso su Morada entre nosotros»[17], mostrándonos que es en medio del mundo donde estamos llamados a vivir nuestra vida cristiana[18], aunque sin perder el horizonte de lo definitivo. En efecto, lo mismo que el Maestro, estamos en el mundo, pero sin ser de él[19].


Preguntas para el diálogo

  1. ¿Qué significa para ti la Navidad? ¿Qué importancia tiene en tu vida cristiana?
  2. ¿Por qué crees que es importante el misterio de la Anunciación-Encarnación? ¿Qué implicancias concretas tiene para tu vida?
  3. ¿Qué vas a hacer para vivir más cristianamente esta Navidad?

Para meditar

  • La Anunciación-Encarnación: Mt 1,18-25; Lc 1,26-38; Jn 1,14.
  • La Encarnación es un acto de amor de Dios a los hombres: Jn 3,16; Gál 4,4-7; 1Jn 4,9-10.
  • Con su Encarnación ilumina la realidad del ser humano: Jn 1,9; 8,12; 12,46.
  • Jesús, haciéndose hombre, se hace solidario con los seres humanos y nos enseña a vivir el amor: Mt 11,28-30; Jn 13,1; 13,34; 15,12-13; Rom 8,3-4; Flp 2,6-8; Heb 2,17-18; 4,15.

[1] Gál 4,4.

[2] Ver Lc 1,38.

[3] Jn 3,16.

[4] Ver Juan Pablo II, Homilía durante la misa del Domingo de Ramos en el Jubileo de los Jóvenes, 15/4/1984, 3.

[5] Gaudium et spes, 22.

[6] Ver Redemptor hominis, 1.

[7] San Ireneo, Adversus haereses, 4,20,7.

[8] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 456.

[9] Ver Jn 13,34.

[10] Ver Jn 15,13.

[11] Ver Jn 13,1; 15,12.

[12] Ver 1Jn 4,10.19.

[13] Ver Flp 2,6-7.

[14] Ver Heb 4,15.

[15] Ver Flp 2,8.

[16] Redemptor hominis, 8.

[17] Jn 1,14.

[18] Ver Jn 9,5; 15,19; 17,14-16.

[19] Ver Jn 17,14.16.