Una palabra que ha entrado con mucha fuerza en el siglo XXI es “tolerancia”. A eso le añadimos el significado tan alto que ha adquirido al punto tal que hoy por hoy es considerada la virtud por excelencia que todo ser humano y por ende la sociedad debe buscar alcanzar y vivir, con el fin de no parecer “anti-humano” ni retrógrado o mucho menos causante de odios extremos.
La tolerancia vendría a ser la virtud imprescindible para la buena convivencia social, para poder alcanzar una vida buena, y también sería la virtud que viven los mejores hombres y las mejores mujeres, es decir, ser tolerante es sinónimo —en muchos casos— de ser superior. La pregunta que surge es: ¿superior a quién o a quiénes?
Si nos concentramos en los últimos acontecimientos mundiales, ser tolerante —como se entiende en este siglo—, implica que estás por encima de las personas e instituciones que atentarían contra la libertad del ser humano y su felicidad ya que un criterio de fondo de estos tiempos es que todo el mundo es libre de actuar como le plazca y todos tenemos el “deber irrenunciable” de tolerarlo aun a sabiendas que no estamos tolerando sino permitiendo. No es arriesgado afirmar que el hombre del siglo XXI no es tolerante sino permisivo.
El secularismo en el que el mundo esta inmerso promueve y “justifica” la vivencia de “virtudes seculares” dejando en un segundo plano —por no decir en el último nivel— a todas aquellas virtudes consideradas religiosas. De este fenómeno la Iglesia no se encuentra exenta; hoy en día es muy común encontrar a miembros de la Iglesia que piensan que ser tolerantes es sinónimo de ser un buen católico. Todo esto sería muy aceptable si la “tolerancia” no estuviese yendo en contra de la única virtud que seguiremos viviendo aun después de pasar por este mundo: la Caridad.
Contrariamente a lo que se puede llegar a pensar Caridad y tolerancia no son sinónimos, ni mucho menos virtudes parecidas ni la tolerancia es superior a la Caridad.
La Caridad es una virtud teologal lo cual significa que nos es dada por Dios mismo, no la puedo adquirir por mí mismo. Su presencia en nuestra vida se refleja a través de determinadas acciones las cuales están bellamente descritas por San Pablo en su Primera Carta a los Corintios : «La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
Como bien enseña el catecismo de la Iglesia en el numeral 1827 : «El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino».
Como dice San Juan de la Cruz : “al atardecer de nuestra vida seremos examinados en el Amor” . No dijo: en la tolerancia