¿Quiénes somos nosotros, los cristianos, en medio del mundo? ¿A qué estamos llamados? La Sagrada Escritura nos ofrece respuestas iluminadoras a esas preguntas. Y conviene meditar en ellas para no caer en el error de vivir sin identidad, sin raíces y sin rumbo. El tiempo de la Cuaresma es precisamente ocasión privilegiada para renovarnos en la vivencia de un cristianismo más auténtico.
Bautizados, liberados por Cristo
¿Quiénes somos? Somos personas bautizadas. Y al ser bautizados, hemos ingresado a la Iglesia. Nos enseña la Escritura, y también el Catecismo[1], que la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios[2], la «verdadera descendencia» de los antiguos Patriarcas, según las promesas del Padre[3]. Quizás nuestra identidad de bautizados pueda ser mejor comprendida si es que leemos en la Biblia y meditamos acerca de ese gran acontecimiento de la historia del Pueblo de Israel: el Éxodo. Luego de haber pasado siglos esclavizado en Egipto, el pueblo hebreo recibió el llamado de Dios por la predicación de Moisés. Y tras muchos prodigios divinos, pudo salir de Egipto y cruzar el Mar Rojo, atravesando las aguas en dirección al desierto[4], conquistando así la liberación anhelada.
En la plenitud de los tiempos[5], el Bautismo cristiano es la realización espiritual y plena de esa liberación histórica. Si en el pasado el Pueblo de Israel cruzó las aguas guiado por Moisés, por el agua del Bautismo nosotros hemos sido sepultados con Cristo, cruzando con Él el umbral de la muerte y resucitando así a una vida nueva. Hemos recibido de Él la gracia que nos libera de la esclavitud del pecado. Por lo tanto, para nosotros bautizados, pasó todo lo antiguo. Ahora estamos llamados a vivir libres en Cristo[6], utilizando rectamente nuestra libertad para andar en la verdad, para servir a Dios y a los demás, y así encontrar en Él la felicidad plena.
En camino hacia la vida eterna
Durante cuarenta años, el pueblo caminó por el desierto buscando un objetivo claro: llegar a la «Tierra Prometida», un lugar donde encontraría hartura y paz. Y eso nos remite a la respuesta a aquella pregunta inicial: ¿a qué estamos llamados como cristianos? También nosotros tenemos un objetivo, que ya no es un lugar geográfico: nuestra meta es la vida eterna, la comunión plena con Dios. Sin embargo, encontramos muchos obstáculos en el camino. También nuestra vida cotidiana muchas veces se asemeja a un desierto, en el cual sufrimos hambre, sed, cansancio y muchas tentaciones. Surge entonces otra pregunta decisiva: ¿Vale la pena ser cristianos en el mundo, puesto que seguimos encontrando obstáculos, tentaciones, dolores y angustias?
La «Cuaresma», estos cuarenta días que la Iglesia dedica, año tras año, como preparación para las celebraciones de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, es un tiempo especial para profundizar con la fuerza del Espíritu en nuestra conversión personal y meditar en el sentido de los obstáculos y las tentaciones, de los sufrimientos y las dificultades de la vida. Pues si bien la vida cristiana es una aventura hermosa y llena de alegrías, nunca faltan las dificultades. ¿Qué sentido tienen, pues, el hambre y la sed, el cansancio y las pruebas en el peregrinar? Sólo la Cruz del Señor puede darnos una respuesta definitiva. Las prácticas del ayuno, la abstinencia o incluso los mismos avatares de la vida, son ocasiones propicias para ejercitarnos en la mortificación, unirnos a la Cruz de Cristo y encontrar, en Él, el sentido para el sufrimiento.
Por el servicio y la entrega
Una de las recomendaciones para la Cuaresma es que vivamos más intensamente la práctica de la limosna. Pero el sentido de esa recomendación no se reduce a la ayuda material al más necesitado, sino que se refiere a algo mucho más amplio: significa también desprenderse de uno mismo, de lo que tenemos y de nuestros propios intereses, para entregarnos a los demás. Implica desarrollar nuestra «capacidad de compartir»[7]. Quizás el servicio fraterno nos permite entender mejor qué significa la limosna, y qué significa ser cristianos. «En el servicio el amor se hace concreto», reza uno de nuestros lemas. Servir significa decir «sí» al amor, según el ejemplo del «Siervo de Dios» que se entregó por nosotros[8]. Y es también un fuerte antídoto contra el pecado, puesto que la soberbia, madre de todos los vicios[9], se expresa en aquél demoniaco «non serviam», «no serviré»[10].
La vivencia del amor exige de cada uno dar lo mejor de sí mismo. Sabemos que esa auto-donación no siempre es algo fácil, que a menudo nos cuesta un gran esfuerzo de desprendimiento, de entrega y renuncia. Pero sabemos también que, así como en la vida muchas veces las cosas más valiosas cuestan más, en el ámbito espiritual ocurre algo parecido, y por tanto, vale la pena vivir el auténtico amor a Dios y a los demás, pues el amor permanece para siempre, venciendo incluso a la muerte. Esa es también la lección que aprendemos en la Cuaresma, puesto que nos preparamos para celebrar la victoria del Amor de Cristo, que venció en la Cruz, y que brilló victorioso en la Resurrección.
Un cambio de rumbo desde el encuentro con el Señor
La Iglesia nos invita, en la Cuaresma, a «redescubrir nuestro Bautismo» y «experimentar la gracia que nos salva»[11], que nos hace ser verdaderos hijos de Dios, partícipes de la herencia prometida por el Padre. Vivir según esa dignidad implica una renuncia radical al Maligno y al pecado. Implica una opción por despojarnos cotidianamente de nuestra vieja condición, para revestirnos de la gracia que nos da Cristo, el «hombre nuevo»[12].
Conversión significa, pues, un cambio de rumbo integral, de toda nuestra vida, hacia la vida plena y reconciliada a la que nos ha llamado el Señor. Significa optar por Él sin miedos ni cobardías. Implica un cambio de mente, de criterios y actitudes[13], que tiene como primer paso la humildad. Es decir, implica caminar en la verdad, reconociéndonos pecadores necesitados constantemente de la gracia y del perdón de Dios.
Un excelente medio para conocer la verdad y caminar en ella es la oración. Por la oración, nos encontramos con el Señor y escuchamos su voz. De Él brota la luz que alumbra nuestro interior y que nos permite descubrir quiénes somos, qué debemos hacer, por qué senderos caminar. En el encuentro con Cristo en la oración nos descubrimos, como Moisés, en «tierra santa»[14]. San Agustín hizo una analogía entre esa «tierra santa» y la Iglesia: «siendo, pues, ella la tierra donde nos hallamos, debemos quitarnos las sandalias, o sea, renunciar a las obras muertas»[15]. En efecto, no es digno de la condición de cristianos bautizados el vivir en el pecado. El encuentro con Jesús, «Luz del mundo»[16], nos debe impulsar a que reflejemos esa luz con nuestras buenas obras, para así dar gloria a nuestro Padre celestial[17], en el Espíritu Santo. «Conversión» significa dejar que el Señor Jesús entre en nuestras vidas, para conformarnos con Él. Nos toca trabajar por quitar de nosotros lo que nos sobra, y añadir lo que nos falta según la medida de Cristo. Nos sobra el pecado y nuestros vicios; nos falta la virtud, las buenas obras.
Vivamos en la Cuaresma ese buscar configurarnos con el Señor Jesús. No tengamos miedo a renunciar al pecado de forma radical, aprovechando las mortificaciones del camino para unirnos a su Cruz, y trabajando por crecer en la virtud, especialmente en la caridad a través del servicio fraterno. Recordemos aquellas hermosas palabras de S.S. Benedicto XVI: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida».[18]
Preguntas para el diálogo
- ¿Qué tan consciente soy de mi condición de bautizado? ¿Qué tan dispuesto estoy a renovar mi compromiso con el Señor en esta Cuaresma y a poner los medios para crecer en mi conversión?
- ¿Qué cosas me atan y me impiden avanzar mejor por el camino de la santidad? ¿Qué tanto empeño pongo de mi parte para vivir la libertad conquistada por Cristo en la Cruz?
- ¿Enfrento los desafíos que encuentro en la vida, asumiendo el sufrimiento y uniéndome a Cristo crucificado? ¿Opto por fugar del dolor, compensarlo con cosas vanas, o lo asumo con visión de eternidad?
- ¿Ejercito la capacidad de ser generoso, a través del servicio fraterno o de la limosna? ¿Pongo los medios para vivir una vida de oración intensa y encontrarme diariamente con el Señor Jesús? ¿Qué debo hacer para tener al Señor Jesús como modelo de humanidad y centro de mi vida?
CITAS PARA LA ORACIÓN
- Llamado a la conversión: Mc 1,15; Mt 3,2; Lc 3,3-14; Rom 12,1-2; Ef 4,20-24.
- Vida nueva del bautizado: Rom 6,1-11; Col 2,12-13.
- Vivir la libertad en Cristo: Gál 5,1-13.
- Servicio fraterno: Lc 1,36-41; Jn 13,1-5; 1Pe 4,10; Jn 12,26.
- La mortificación: 2Tim 1,12-13; Col 3,5-10.
- Encuentro con la verdad en la oración: Lc 15,17-24; 1Jn 2,4-5; Lc 17,11-19.
INTERIORIZANDO
En su mensaje para la Cuaresma, el Papa Benedicto XVI dice: «El Bautismo no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo».
- La gracia que recibimos en el Bautismo nos hace una «creatura nueva» (2Cor 5,17) y «miembros de Cristo» (1Cor 6,15; 12,27). Hemos sido santificados por el Bautismo. ¿Qué tanto coopero con la fuerza que me da Cristo, buscando una conversión sincera del corazón? ¿Cómo va mi combate espiritual?
- ¿Busco la madurez, la «talla adulta de Cristo», o me conformo con ser como «niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina» (Ef 4,14)?
En la Cuaresma, meditamos en la Transfiguración del Señor. La oración es como una ida al monte alto para estar con el Señor (ver Mt 17,1ss): «es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (ver Heb 4,12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor» (S.S. Benedicto XVI).
- ¿Qué tanto me esfuerzo por dar un tiempo para Dios, para entrar en su presencia y discernir sus caminos? ¿Cómo va mi vida de oración?
- ¿Qué tanto me esfuerzo por entender y acoger la Palabra de Dios? ¿Me preocupo por llevarla a la práctica? ¿Qué medios puedo poner para abrirme aún más a la acción de la Palabra divina en mi vida?
«Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la “tierra”, que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (ver 1Jn 4,7-10). La Cruz de Cristo, la “palabra de la Cruz” manifiesta el poder salvífico de Dios (ver 1Cor 1,18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (ver Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo» (S.S. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011).
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 781-786.
[2] Ver 1Pe 2,9.
[3] Rom 9,6-8.
[4] Ver Éx 13-14.
[5] Ver Gál 4,4. ¿?
[6] Gál 5,13.
[7] Ver S.S. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011, 4/11/2010, 3.
[8] Ver Is 53,3-12; Jn 1,30.
[9] Ver San Gregorio Magno, Moralia, XXI, 45: «La soberbia, reina de todos los vicios, cuando se apodera del corazón lo entrega a los siete vicios capitales como si fueran capitanes de un ejército devastador, de los cuales nacen otros muchos vicios».
[10] Jer 2,20.
[11] S.S. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011, 4/11/2010, 1.
[12] Ver Rom 8,1-4.
[13] Ver Rom 12,2.
[14] Éx 3,5.
[15] San Agustín, Sermón 101, 7.
[16] Jn 8,12.
[17] Ver Mt 5,14-16.
[18] S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa en el inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24/4/2005.