Mi vida en Xto

Oración del miércoles: «Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo Único»

cruz

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración inicial

Señor Jesús, quiero, al comenzar mi oración, ponerme ante Ti con un corazón lleno de fe, esperanza y caridad. Tanto me has amado que has entregado a tu Hijo Único, Jesucristo, para que tenga vida eterna. Que aprenda yo de Él a amar sin reservas, tanto a Ti como a los demás.

Acto penitencial

Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día.

Señor Jesús, quiero reconocer al comenzar mi oración que necesito de tu perdón, que necesito de tu misericordia. Dame, Señor, tu gracia para que pueda tener un corazón dócil a tu amor; un corazón como el tuyo para caminar con alegría y esperanza por las sendas de tu plan.

Lectura Bíblica: Jn 3,16-21

Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo Único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.  
Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él.  Para quien cree en él no hay juicio.  En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios.  
Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas.  Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.

Lectura espiritual breve

Meditemos las palabras del monje Isaac el sirio:

El hombre, enardecido por la llama de la verdad, aún no ha conocido la verdad en su esencia. Cuando la haya aprendido realmente ya no se enardecerá a causa de ella. El don de Dios y el conocimiento que confiere el don no son nunca motivo para turbarse o para levantar la voz, porque el lugar donde habita el Espíritu con amor y humildad es un lugar donde reina la paz… Si el celo ardoroso hubiera sido necesario para enderezar los caminos del hombre, ¿por qué Dios se habría revestido de un cuerpo y habría utilizado la dulzura y la humildad para convertir al mundo a su Padre? ¿Y por qué habría abierto sus brazos en la cruz por los pecadores, sometiendo su cuerpo santísimo al sufrimiento en favor del mundo? Yo afirmo que Dios lo hizo por una sola razón: dar a conocer al mundo su amor, para que nuestra capacidad de amar, aumentada por esta constatación, se haga cautiva del amor de Dios. Así, el extraordinario poder del reino de los cielos que consiste en el amor, ha encontrado una ocasión de expresarse en la muerte de su Hijo… para que el mundo se dé cuenta del amor de Dios por su creación. Si este gesto admirable, hubiese tenido por fin únicamente el perdón de nuestros pecados, habría bastado otro medio para realizarlo. ¿Quién lo habría rechazado si se hubiese realizado por medio de una muerte corriente? Pero Dios no quiso una muerte cualquiera para que tú comprendieras que hay aquí un misterio… ¿Por qué hacían falta los insultos y salivazos?… ¡Oh sabiduría vivificante! Te has dado cuenta ahora y has comprendido cuál era la razón de la venida del Nuestro Señor y de todo lo que le siguió, antes que Él mismo nos lo explicara por su propia boca. En efecto, está escrito que «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16).

Breve meditación personal

Haz silencio en tu interior y pregúntate:

1.- ¿Qué me dice el evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?

Acción de gracias y peticiones personales

Gracias, Padre Bueno, porque no has dejado que me pierda: me has amado tanto que hasta has enviado al mundo a Jesús, tu Hijo, para que pueda alcanzar la felicidad. Que aprenda yo de Él a santificarme abrazando el madero con valentía, amor y docilidad. Amén.

Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones.

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…

Consagración a María

Pidámosle a María que nos acompañe siempre:

Salve, Reina de los Cielos y Señora de los ángeles; salve raíz, salve puerta, que dio paso a nuestra luz. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros. Amén.

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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