Oración Rosarios

Misterios gloriosos del Santo Rosario

MONICIÓN INICIAL

Nos reunimos hoy como familia para rezar los misterios gloriosos del Santo Rosario. Estos nos llevan a fijar y mirar el corazón del  kerygma apostólico, que es la resurrección del Señor Jesús, su victoria sobre el pecado y la muerte, y la misión que nos es encomendada como miembros de la Iglesia, acogiendo como nuestra Madre Maria, Reina de los Cielos y la Tierra, la gracia del Espíritu Santo que es derramada sobre nosotros.

T: Por la señal de la Santa Cruz…

Rezamos el Credo

Cantemos:  Madre del Silencio

Primer misterio: La Resurrección 

Aunque no sea un dogma de fe, el Papa San Juan Pablo II afirmó que es muy razonable creer que Jesús Resucitado apareció en primer lugar a su Madre. Sabemos que no todas las apariciones de Jesús Resucitado fueron registradas por los evangelios; y en todos los casos registrados, las personas a quienes Jesús se les apareció habían flaqueado en la fe. Ese no es el caso de María. Ella no buscó entre los muertos a quien ya sabía había resucitado, Jesús. A diferencia de los discípulos de Emaús, ella no es tarda o insensata de corazón, sino que cree todo lo que los profetas anunciaron y sabía que era necesario que Cristo sufriera la Pasión antes de entrar en su gloria (cf. Lc 24,25). Ella es bienaventurada porque oye la palabra de Dios y la guarda (cf. Lc 11,28).

Padre Nuestro…


Segundo misterio: La Ascensión 

Después de tres años siguiendo de cerca al Señor, cuánta no sería la tristeza de los apóstoles en el día de la Ascensión, cuando Jesús vuelve a su Padre. El tiempo de aprendizaje había terminado, ahora pesaba sobre los discípulos una gran responsabilidad de dar continuidad al trabajo comenzado por el Maestro. Para ello, Él  no los deja solos, sino que promete el envío del Espíritu Santo, quien continuará la misión de Jesús, primero en el corazón de cada uno, luego a través de nosotros enseñándonos cómo responder en cada situación, hasta las más adversas y desafiantes.

Padre Nuestro…


Tercer misterio: Pentecostés, fiesta de la siega

Lectura Bíblica: Jn 7, 37 – 39

“En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: -¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en Él. Hasta ese momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús no había sido glorificado todavía”

El misterio que meditamos es el cumplimiento de lo que Jesús promete en el pasaje que acabamos de leer. Él es al mismo tiempo sembrador y semilla, que muere en lo alto de la Cruz para después resucitar y dar mucho fruto. Ese dar fruto se va realizar bajo la influencia del Espíritu Santo en la misión evangelizadora de la Iglesia a lo largo de los siglos. Pentecostés, fiesta que para los judíos coincidía con el inicio de la Siega, marca también el inicio de la Siega del Espíritu Santo, fecha en la cual más de tres mil personas se convirtieron después del discurso de Pedro. Los frutos de nuestro apostolado son también parte de esta Siega, en la cual nosotros cosecharemos lo que plantó Cristo, el sembrador.

Padre Nuestro…


Cuarto misterio: La Asunción

Lectura Bíblica: Isaías 60, 13

“La gloria del Líbano vendrá a ti, el ciprés, el olmo y el boj a una, para hermosear el lugar de mi santuario; y yo haré glorioso el lugar de mis pies”

San Antonio de Padua comentando el pasaje que acabamos de leer, afirmó que: «De aquí se deduce claramente (…) que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste»[1][2].

Padre Nuestro…


Quinto misterio: María, Reina del universo

Antes de leer la meditación, cantamos: Nuestra Señora de la reconciliación

A partir del siglo V, casi en el mismo periodo en que el Concilio de Éfeso proclama: “Madre de Dios”, comienza a ser atribuido a María el título de Reina. Siguiendo a San Juan Pablo II, “con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, (el pueblo) quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función e importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo”[3]. El Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar»[4]

Padre Nuestro…


MONICIÓN FINAL

Alentados por Santa María y dispuestos a seguir acompañándola en su espera terminemos nuestro Rosario rezando LA SALVE.

+ En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…


Madre del Silencio

Como una tarde tranquila,
como un suave atardecer,
era tu vida sencilla
en el pobre Nazaret,
y en medio de aquel silencio
Dios te hablaba al corazón.

VIRGEN MARÍA, MADRE DEL SEÑOR,
DANOS TU SILENCIO Y PAZ
PARA ESCUCHAR SU VOZ. (2v)

Enséñanos, Madre buena,
cómo se debe escuchar
al Señor cuando nos habla,
a través del Evangelio,
la Palabra que nos salva,
que nos cambia el corazón.

Nuestra Señora de la Reconciliación

1. Reposan mis pobres ojos sobre ti
y al mirar tu dulce vientre me consuela suavemente
tu ternura maternal,
tu dulcísima figura
que a la serpiente domina,
enciende el amor en mí
y renace la esperanza
al reposar mis pobres ojos sobre ti.

2. En tu pecho hay un ardiente resplandor
que tu corazón enciende
donde la espada que pende
me convence de tu amor.
No hay tristeza que no ceda
ni dolor que no se rinda
ante tu dulce corazón;
de ternuras eres fuente
si en tu pecho hay un ardiente resplandor.

3. Es tu manto el gran remanso de tu amor
donde el pecador encuentra
la esperanza que lo alienta
a confiar en el perdón.
Tus manos como palomas
me consuelan y me indican
la razón de mi existir;
quién en ti no confiaría
si es tu manto el gran remanso de tu amor.

4. Es tu nombre un bello canto a tu bondad
que se dice dulcemente,
se pronuncia lentamente
y se repite sin cesar.
¡Qué llamado tan gozoso!
¡Qué serena melodía!
Es tu nombre pronunciar
cómo no decir ¡María!
si es tu nombre un bello canto a tu bondad.

5. En tu seno el mismo Verbo se encarnó
y en tu vientre el cinto de oro
testimonia tu esperanza
y tu pureza en su esplendor.
Si Tú, tierna Reina mía,
me conduces y me guías
hacia el Reconciliador
quién sin ti vivir podría
si en tu seno el mismo Verbo se encarnó.

6. Quién podría resistirse a tu candor
si ante tu mirada tierna
la soberbia se disuelve
como bruma bajo el sol;
alegrías y dolores
se unen como blancas flores
en torno a tu corazón,
hoy mi vida se confía,
dolorosa Madre mía, a tu amor. (2v)


[1] San Antonio de  Padua. Sermones dominicales et in solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginis sermo.

[2] Pio XII. Munificentissimus Deus, 29 (Traducción libre del autor). Em Martínez Puche, J (Ed). La Iglesia habla de María. 50 años de documentos marianos pontifícios. Madrid: EDIBESA, sem data.

[3] Juan Pablo II. El Credo (La Madre del Redentor). Lima: VE, 1999, p. 259.

[4] Pío XII, Ad coeli Reginam: AAS 46 (1954), p. 634 (Traducción libre del autor).