Año C – Cuaresma – Semana 05 – Lunes
(RV / 14.marzo.2016).- El vagabundo muerto de frío recientemente en Roma, las religiosas de la Madre Teresa asesinadas en Yemen, las personas que se enferman en la llamada “Tierra de fuegos”, o sea en aquella vasta área situada en la zona meridional de Italia muy conocida a causa de la presencia de desechos tóxicos y numerosas hogueras de basura que influyen negativamente sobre la salud de la población local, fueron algunos de los hechos dramáticos de los últimos tiempos que el Papa Francisco recordó en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Ante estos “valles oscuros” de nuestro tiempo —afirmó el Pontífice— la única respuesta es encomendarse a Dios. Incluso cuando no entendemos, como sucede ante una enfermedad rara de un niño —dijo— encomendémonos en las manos del Señor, que jamás deja solo a su pueblo.
Susana, una mujer justa, es “ensuciada” por el “deseo malo” de dos jueces, pero prefiere encomendarse a Dios y morir como inocente antes que hacer lo que querían esos hombres. Francisco se inspiró en la Primera Lectura, tomada del Libro de Daniel, para subrayar que, incluso cuando recorremos “un valle oscuro”, no debemos temer ningún mal.
Cuántos valles oscuros. ¿Dónde estás Señor?
El Señor —dijo el Santo Padre— siempre camina con nosotros, nos quiere y no nos abandona, después de lo cual dirigió su mirada a los tantos “valles oscuros” de nuestro tiempo:
“Cuando nosotros hoy vemos tantos valles oscuros, tantas desgracias, tanta gente que se muere de hambre, de guerra, tantos niños minusválidos, tantos… tantos que ahora, tú les preguntas a sus padres: ‘¿Pero qué enfermedad tiene?’ – ‘Nadie lo sabe: se llama enfermedad rara’. Es lo que nosotros hacemos con nuestras cosas: pensemos en los tumores de la “Tierra de fuegos”… Cuando tú ves todo esto, ¿pero dónde está el Señor? ¿Dónde estás? ¿Tú caminas conmigo? Este era el sentimiento de Susana. También el nuestro. Tú ves a estas cuatro hermanas masacradas: pero, servían por amor, y ¡terminaron masacradas por odio! Cuando tú ves que se cierran las puertas a los prófugos y se los deja afuera, al aire, con el frío… ¿Pero Señor, dónde estás Tú?”.
¿Por qué sufre un niño? No sé porqué, pero me encomiendo a Dios
“¿Cómo puedo encomendarme a Ti —se preguntó el Papa— si veo todas estas cosas? Y cuando las cosas me suceden a mí, cada uno de nosotros puede decir: ¿pero cómo me encomiendo a Ti?”. Para esta pregunta —dijo Francisco— existe una respuesta: “No se puede explicar, no, yo no soy capaz de esto”:
“¿Por qué sufre un niño? No lo sé: es un misterio para mí. Sólo me da un poco de luz —no a la mente, sino al alma— Jesús en el Getsemaní: ‘Padre, este cáliz, no. Pero que se haga Tu voluntad’. Se encomienda a la voluntad del Padre. Jesús sabe que no termina todo con la muerte o con la angustia, y la última palabra de la Cruz: ‘¡Padre, en Tus manos me encomiendo!’, y muere así. Encomendarse a Dios, que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia: y esto es un acto de fe. Yo me encomiendo. No sé: no sé porqué sucede esto, pero yo me encomiendo. Tú sabrás porqué”.
El mal no es definitivo, el Señor está siempre con nosotros
El Obispo de Roma también afirmó que ésta es la enseñanza de Jesús: “a quien se encomienda al Señor, que es Pastor, no le falta nada”. Incluso si va por un valle oscuro —añadió— “sabe que el mal es un mal del momento, pero no habrá mal definitivo porque el Señor está, ‘porque Tú Señor estás conmigo’. Y explicó que ésta es “una gracia” que debemos pedir: “Señor, enséñame a encomendarme en tus manos, a encomendarme a tu guía, también en los momentos feos, en los momentos oscuros, en el momento de la muerte”:
“Nos hará bien, hoy, pensar en nuestra vida, en los problemas que tenemos y pedir la gracia de encomendarnos en las manos de Dios. Pensar en tanta gente que ni siquiera recibe una última caricia en el momento de morir. Hace tres días falleció uno, aquí, por la calle, un sin techo: murió de frío. En plena Roma, una ciudad con todas las posibilidades para ayudar. ¿Por qué, Señor? Ni siquiera una caricia… Pero yo me encomiendo, porque Tú no decepcionas”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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