07 de julio de 2019
La misión de la Iglesia
Además, es un tema con el que, apoyándose en la página del Evangelio de hoy – que presenta como Jesús, además de los doce apóstoles, envía a setenta y dos discípulos en misión – ha explicado ante los fieles presentes la importancia de la misión: “El número setenta y dos probablemente indica todas las naciones. En efecto, en el libro del Génesis se mencionan setenta y dos naciones diferentes. Así pues, este envío prefigura la misión de la Iglesia de proclamar el Evangelio a todas las naciones”.
Las oraciones deben ser de carácter universal, no personal
Francisco también ha señalado que esta petición de Jesús “es siempre válida” y por tanto, siempre debemos rezar al “dueño de la mies”, es decir, a Dios Padre, “para que envíe obreros a trabajar en su campo que es el mundo”. Pero – puntualiza – este rezo debe hacerse “con el corazón abierto” y con “con actitud misionera”, y no debemos limitarnos “sólo a nuestras necesidades”; “una oración es verdaderamente cristiana si también tiene una dimensión universal” ha recordado.
Características de la misión dadas por Jesús
Después el Papa ha recordado las características de la misión dadas por Jesús a los setenta y dos discípulos: “La primera – ya la hemos visto –: orar; la segunda: ir; y después: no llevar una bolsa, o una alforja…; digan: “Paz a esta casa”… quédense en esa casa… No pasen de una casa a otra; curen a los enfermos y díganles: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”; y, si no los acogen, salgan a las plazas y despídanse”.
La misión se basa en la oración
Por último, el Pontífice explica que estas características muestran “que la misión se basa en la oración”, que es “itinerante”, “que requiere desapego y pobreza” y “que lleva paz y sanación, signos de la cercanía del Reino de Dios”. Aunque también muestran – concluye – “que no es proselitismo sino anuncio y testimonio” y que también requiere “la franqueza y la libertad evangélica para irse, subrayando la responsabilidad de haber rechazado el mensaje de la salvación, pero sin condenas ni maldiciones”.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano