Asomado como cada domingo a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre continuó, a partir del Evangelio del día, la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con motivo de la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos. Recorrió la parábola de las diez vírgenes invitadas a una fiesta de bodas, “símbolo del Reino de los cielos”.
En tiempos de Jesús existía la costumbre de que las bodas se celebraran de noche; por lo tanto, el cortejo de los invitados debía hacerse con las lámparas encendidas. Algunas damas de honor son necias: toman las lámparas, pero no llevan consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas también llevan aceite. El novio tarda, tarda en llegar y todas se adormentan. Cuando una voz advierte que el novio está llegando, las necias en ese momento se dan cuenta de que no tienen aceite para sus lámparas; se lo piden a las prudentes, que responden que no pueden darlo, porque no sería suficiente para todas. Mientras las necias van a comprar aceite, llega el novio. Las muchachas prudentes entran con él en el salón del banquete y se cierra la puerta. Las otras llegan demasiado tarde y son rechazadas.
Convertirse hoy, no mañana
El Santo Padre explicó que, con la Parábola de las diez vírgenes, Jesús “quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él”, pero “no solo para el encuentro final, sino para los pequeños y grandes encuentros de cada día, en vistas de ese encuentro”. Para ello “no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y las buenas obras”. Ser sabios y prudentes, como esas vírgenes de la Parábola, “significa no esperar el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato, comenzar ahora”.
“Sí… más adelante me convertiré…” ¡Conviértete hoy!¡Cambia tu vida hoy! “Sí, sí… mañana”. ¿Es lo mismo decir “mañana”? Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor, debemos cooperar con él a partir de ahora y realizar buenas acciones inspiradas en su amor.
Haciendo el bien esperamos serenamente la llegada del Señor
Sucede, lamentablemente “que nos olvidamos de la meta de nuestra vida, es decir, la cita definitiva con Dios”, dijo el pontífice. Así se pierde “el sentido de la espera”, de la bella expectativa que es el encuentro con el Señor, esa que nos “saca de las contradicciones del momento”. Así, se “absolutiza el presente”. Y, cuando esto sucede, “hacemos todo como si nunca tuviéramos que partir para la otra vida”.
Entonces sólo nos preocupa poseer, emerger, acomodarnos…. Siempre más. Si nos dejamos guiar por lo que nos parece más atractivo, también por lo que nos gusta, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril; no acumulamos reservas de aceite para nuestra lámpara, y se apagará antes del encuentro con el Señor.
Vivir el hoy que va hacia el mañana: al encuentro con Dios
Es por ello que es necesario vivir el hoy, pero “el hoy que va hacia el mañana”, es decir hacia el encuentro con Dios -subrayó el Papa Francisco: si estamos atentos y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la llegada del novio. “Y el Señor “también puede venir mientras dormimos – concluyó. Pero esto “no nos preocupa, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de cada día, acumulada con aquella espera del Señor”.
Invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a vivir, como ella, una fe activa: ella es la lámpara luminosa con la que podemos atravesar la noche más allá de la muerte y alcanzar la gran fiesta de la vida.
Ciudad del Vaticano