Pasaje bíblico: Mt 28,18-20
Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En días pasados he cumplido mi primer Viaje apostólico al África. ¡África es hermosa! Doy gracias al Señor por este gran don suyo, que me ha permitido visitar tres Países: primero Kenia, luego Uganda y finalmente la República Centroafricana. Nuevamente manifiesto mi reconocimiento a las Autoridades civiles y a los Obispos de estas Naciones por haberme acogido, y agradezco a todos aquellos que de diversas maneras han colaborado. ¡Gracias de corazón!
Kenia es un País que representa bien el desafío global de nuestra época: tutelar lo creado reformando el modelo de desarrollo para que sea equitativo, inclusivo y sostenible. Todo esto encuentra confirmación en Nairobi, la más grande ciudad del África oriental, donde conviven riqueza y miseria: ¡esto es un escándalo! No solamente en el África: también aquí, en todas partes. La convivencia entre riqueza y miseria es un escándalo, es una vergüenza para la humanidad. En Nairobi, donde precisamente tiene sede la Oficina de las Naciones Unidas para el Ambiente, que visité. En Kenia he encontrado a las Autoridades y a los Diplomáticos, y también a los habitantes de un barrio pobre; he encontrado a los líderes de las diversas confesiones cristianas y de las otras religiones, a los sacerdotes y a los consagrados, y he encontrado a los jóvenes, ¡tantos jóvenes! En toda ocasión he alentado a atesorar de la gran riqueza de aquel País: riqueza natural y espiritual, constituida por los recursos de la tierra, por las nuevas generaciones y por los valores que forman la sabiduría del pueblo. En este contexto tan dramáticamente actual he tenido la alegría de llevar la palabra de esperanza de Jesús Resucitado: “Sean fuertes en la fe, no tengan miedo”. Este era el lema de la visita. Una palabra que cada día es vivida con noble dignidad por tantas personas humildes y sencillas; una palabra testimoniada de manera trágica y heroica por los jóvenes de la Universidad de Garissa, asesinados el pasado 2 de abril por ser cristianos. Su sangre es semilla de paz y de fraternidad para Kenia, para el África y para el mundo entero.
Luego, en Uganda mi visita se realizó bajo el signo de los Mártires de aquel País, después de 50 años de su histórica canonización, por parte del beato Pablo VI. Por esto el lema era: «Serán mis testigos» (Hch 1,8). Un lema que presupone las palabras inmediatamente precedentes: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo», porque es el Espíritu el que anima el corazón y las manos de los discípulos misioneros. Y toda la visita en Uganda se ha desarrollado en el fervor del testimonio animado por el Espíritu Santo. Testimonio en sentido explícito es el servicio de los catequistas, que he agradecido y alentado por su compromiso, que a menudo involucra también a sus familias. Testimonio es aquel de la caridad, que he tocado con las manos en la Casa de Nalukolongo, y que ve comprometidas a tantas comunidades y asociaciones en el servicio a los más pobres, a los minusválidos, a los enfermos. Testimonio es aquel de los jóvenes que, a pesar de las dificultades, custodian el don de la esperanza y buscan vivir según el Evangelio y no según el mundo, yendo contracorriente. Testimonios son los sacerdotes, los consagrados y las consagradas que renuevan día a día su “sí” total a Cristo y se dedican con alegría al servicio del pueblo santo de Dios. Y existe otro grupo de testimonios, pero sobre esto hablaré después. Todo este multiforme testimonio, animado por el mismo Espíritu Santo, es levadura para la entera sociedad, como demuestra la obra eficaz cumplida en Uganda en la lucha al SIDA y en la acogida a los refugiados.
La tercera etapa del viaje ha sido en la República Centroafricana, en el corazón geográfico del continente: precisamente, es el corazón del África. Esta visita era en realidad la primera en mi intención, porque aquel país está buscando de salir de un periodo muy difícil, de conflictos violentos y tanto sufrimiento en la población. Por esto, quise abrir precisamente allí, en Bangui, con una semana de anticipación, la primera Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, como signo de fe y de esperanza por aquel pueblo, y simbólicamente por todas las poblaciones africanas, las más necesitadas de rescate y de consuelo. La invitación de Jesús a los discípulos: “Pasemos a la otra orilla” (Lc 8,22), era el lema para Centroáfrica. “Pasar a la otra orilla” en sentido civil, significa dejar a las espaldas la guerra, las divisiones, la miseria y elegir la paz, la reconciliación, el desarrollo. Pero esto presupone un “pasaje” que tiene lugar en las conciencias, en las actitudes y en las intenciones de las personas. Y a este nivel es decisivo el aporte de las comunidades religiosas. Por esto, encontré a las Comunidades Evangélicas y aquella musulmana, compartiendo la oración y el compromiso por la paz. Con los sacerdotes y los consagrados, pero también con los jóvenes, compartimos la alegría de sentir que el Señor resucitado está con nosotros en la barca, y es Él que la guía a la otra orilla. Y finalmente, en la última Misa en el Estadio de Bangui, en la fiesta del apóstol Andrés, renovamos el compromiso de seguir a Jesús, nuestra esperanza, nuestra paz, Rostro de la Divina Misericordia. Esta última misa fue maravillosa: estaba lleno de jóvenes, ¡un estadio de jóvenes! Pero más de la mitad de la población de la República Centroafricana son menores de edad, tienen menos de 18 años: ¡una promesa para seguir adelante!
Quisiera decir una palabra sobre los misioneros. Hombres y mujeres que han dejado la patria, todo. Cuando eran jóvenes se fueron allá, llevando una vida de tanto, tanto trabajo, a veces durmiendo en el piso. En un cierto momento encontré, en Bangui, una religiosa. Era italiana. Se veía que era anciana: “¿Cuántos años tiene?”, le pregunté. “81”. “Pero, no tantos, dos más que yo”. Esta religiosa estaba allí desde cuando tenía 23, 24 años: ¡toda la vida! Y como ella, tantas. Estaba con una niña. Y la niña, en italiano, le decía: “abuela”. Y la religiosa me dijo: “Yo exactamente no soy de acá, soy del país cercano, del Congo. Pero vine en canoa, con esta niña”. Así son los misioneros: valerosos. “¿Y qué hace usted, hermana?” “Yo soy enfermera y después estudié un poco aquí y me recibí de partera e hice nacer 3.280 niños”. Así me dijo. Toda una vida para la vida, para la vida de los demás. Y como esta monja, hay tantas, tantas: tantas monjas, tantos sacerdotes, tantos religiosos, que queman la vida por anunciar a Jesucristo. Es bello ver esto. Es bello.
Yo quisiera decir una palabra a los jóvenes. Pero hay pocos, porque parece que la natalidad es un lujo en Europa: natalidad cero, natalidad uno por ciento. Pero me dirijo a los jóvenes: piensen qué hacen de su vida. Piensen en esta religiosa y en tantas como ella, que dieron la vida y tantas murieron allí. La misionaridad no es hacer proselitismo. Me decía esta monja que las mujeres musulmanas van a visitarlas porque saben que las religiosas son buenas enfermeras, que las curan bien y ¡no dan catequesis para convertirlas! Dan testimonio. Después, a quien quiere dan catequesis. Pero el testimonio: Ésta es la gran misionaridad heroica de la Iglesia. ¡Anunciar a Jesucristo con la propia vida! Yo me dirijo a los jóvenes: piensa qué quieres hacer tú de tu vida. Es el momento de pensar y pedir al Señor que te haga sentir su voluntad. Pero no excluyas, por favor, esta posibilidad de volverte misionero, para llevar el amor, la humanidad, la fe a otros países. No para hacer proselitismo, no. Aquello lo hacen los que buscan otra cosa. La fe se predica primero con el testimonio y después con la palabra. Lentamente.
Alabemos juntos al Señor por esta peregrinación en tierra africana y dejémonos guiar por sus palabras claves: “Estén firmes en la fe, no tengan miedo”. “Serán mis testigos”. “Pasemos a la otra orilla”
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera y María Cecilia Mutual, RV)