Catequesis del miércoles Papa Francisco

Catequesis del Papa: “Es el momento en que los padres y las madres regresen de su exilio, y re-asuman plenamente su papel educativo”

Texto de la catequesis del Papa Francisco (en itálicas las palabras «fuera de texto» del Papa):

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy nos detendremos para reflexionar en una característica esencial de la familia, es decir, su naturaleza vocacional a educar los hijos para que crezcan en la responsabilidad de sí mismos y de los otros.

Lo que hemos escuchado del apóstol Pablo al inicio es muy bonito, muy bonito. Vosotros hijos obedeced a los padres en todo, eso agrada al Señor.  Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos, para que no se desanimen.  Esto es una regla sabia, el hijo que es educado en escuchar a los padres, obedecer a los padres que buscan no mandar de una forma fea para no desanimar a los hijos.  Los hijos deben crecer sin desanimarse, paso a paso.  Si vosotros, una familia, padres, decís a los hijos ‘subamos esa escalera y les lleváis de la mano paso a paso, les hacéis subir, las cosas irán bien’.  Pero si les decís ‘vé allí, vé arriba’, ‘no puedo’, ‘vé’.  Esto se llama exasperar a los hijos, pedir a los hijos cosas que no son capaces de hacer.  Y por eso, esta relación entre padres e hijos es de una sabiduría, debe ser de una sabiduría, de un equilibrio grande.  Hijos obedeced a los padres, eso gusta a Dios.  Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos pidiendo cosas que no pueden hacer. ¿Entendido?

Y eso se hace para que los hijos crezcan en la responsabilidad de los otros, parecería una constatación obvia, sin embargo, en nuestros tiempos no faltan las dificultades.  Es difícil educar para los padres que ven sus hijos solo por la noche, cuando vuelven a casa cansados del trabajo.  Los que tienen la suerte de tener trabajo.  Y aún más difícil para los padres separados, a quienes les pesa esta condición.

Es muy difícil educar pero pobres, han tenido dificultades, se han separado y muchas veces el hijo es tomado como rehén, el padre le habla mal de la madre, la madre le habla mal del padre.  Y se hace mucho mal.  Yo os digo, matrimonios separados, nunca, nunca, nunca, tomar al hijo como rehén.  Vosotros os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta prueba, pero que los hijos no sean los que lleven el peso de esta separación.  Que los hijos no sean usados como rehén contra el otro cónyuge.  Que los hijos crezcan escuchando que la madre habla bien del padre, aunque no estén juntos.  Y que el padre habla bien de la madre.  Para los matrimonios separados esto es muy importante, es muy difícil pero podéis hacerlo.

Pero, sobre todo, ¿Cómo educar?  ¿Qué tradición tenemos hoy para transmitir a nuestros hijos?  Intelectuales ‘críticos’ de todo tipo han callado a los padres en mil modos, para defender las jóvenes generaciones de daños —varios o presuntos— de la educación familiar.  La familia ha sido acusada, entre otros, de autoritarismo, de favoritismo, de conformismo, de represión afectiva que genera conflictos.

De hecho, se ha abierto una grieta entre la familia y la sociedad, entre familia y escuela. El pacto educativo hoy se ha roto. y de este modo, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis porque esta minada la confianza recíproca.  Los síntomas son muchos.  Por ejemplo, en la escuela se han comprometido las relaciones entre los padres y los profesores.  A veces hay tensiones y desconfianza recíproca; y las consecuencias naturalmente recaen sobre los hijos.

Por otro lado, se han multiplicado los llamados ‘expertos’, que han ocupado el papel de los padres también en los aspectos más íntimos de la educación.  Sobre la vida afectiva, sobre la personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y sus deberes, los ‘expertos’ saben todo: objetivos, motivaciones, técnicas.

Y los padres sólo deben escuchar, aprender a adecuarse.  A menudo, privados de su papel, se vuelven excesivamente aprensivos y posesivos con respecto a sus hijos, hasta llegar a no corregirlos nunca.  Pero tú no puedes corregir al hijo.  Tienden a confiarles siempre más a los ‘expertos’, también para los aspectos más delicados y personales de su vida, colocándolos en un rincón solos; y así los padres corren el riesgo de autoexcluirse de la vida de sus hijos.

¡Y esto es gravísimo!  Hoy no… pensemos… hay casos no digo que sucede siempre pero hay casos:  La maestra en la escuela, regaña al niño y hace un escrito a los padres.  Yo recuerdo una anécdota personal, yo una vez cuando estaba en cuarto de primaria dije una palabra fea a la profesora.  Y la profesora, buena mujer, hizo llamar a mi madre.  Mi madre vino al día siguiente, han hablado entre ellas y luego me llamaron.  Y mi madre, delante de la profesora me explicó que lo que había hecho era algo feo, que no se debe hacer, pero con mucha dulzura lo ha hecho mamá.  Y me dijo que pidiera perdón a la maestra.  Yo lo hice y después me quedé  contento porque pensé, ha terminado bien la historia.  Pero ese era el primer capítulo.  Cuando volví a casa, comenzó el segundo capítulo.  Imaginadlo vosotros.  Hoy, la maestra, hace una cosa como esta y el día siguiente, uno de los padres o los dos van a regañar a la profesora porque los técnicos dicen que a los niños no hay que regañarles así.  ¡Han cambiado las cosas!  Los padres no deben autoexcluirse de la educación de los hijos.

Es evidente que este enfoque no es bueno: no es armónico, no es dialógico, y en lugar de favorecer la colaboración entre la familia y los otros agentes educativos, los contrapone.

¿Cómo hemos llegado a este punto?  No hay duda que los padres, o mejor, ciertos modelos educativos del pasado tenían algunos límites.  Pero es también verdad que hay errores que sólo los padres están autorizados a hacer, porque pueden compensarlos de un modo que es imposible a ningún otro.

Por otra parte, lo sabemos bien, la vida se ha convertido en avara de tiempo para hablar, reflexionar, confrontarse.  Muchos padres son ‘secuestrados’ por el trabajo —papá y mamá deben trabajar— y por otras preocupaciones, avergonzados de las nuevas exigencias de los hijos y de la complejidad de la vida actual —que es así, debemos aceptarla como es— y se encuentran como paralizados por el temor a equivocarse.  El problema, sin embargo, no es sólo hablar.  De hecho, un diálogo superficial no conduce a un verdadero encuentro de la mente y del corazón.

Preguntémonos más bien: ¿Buscamos entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino?  ¿Dónde está realmente su alma?  ¿Lo sabemos?  Y sobre todo: ¿Lo queremos saber?  ¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?

Las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer apoyo a la misión educativa de las familias, y lo hacen sobre todo con la luz de la Palabra de Dios.  El apóstol Pablo recuerda la reciprocidad de los deberes entre los padres y los hijos: «Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en todo; porque esto agrada al Señor.  Ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col 3,20-21).  En la base de todo está el amor, aquel que Dios nos dona, que «no falta al respeto, no busca su propio interés, no se enoja, no toma en cuenta el mal recibido… todo perdona, todo cree, todo espera, todo soporta» (1 Cor 13,5-6).

También en las mejores familias es necesario soportarse, y ¡se necesita tanta paciencia! Tanta paciencia para soportarse, es así la vida. La vida no se hace en el laboratorio, se hace en la realidad.  El mismo Jesús ha pasado a través de la educación familiar, ha crecido en edad, sabiduría y gracia (cfr. Lc 2,40.51-52).  Y cuando ha dicho que “su madre y sus hermanos” son todos aquellos «que escuchan la Palabra de Dios y la meten en práctica» (Lc 8,21), ha mostrado hasta qué punto la raíz de estos vínculos puede florecer, hasta conducirlos más a allá de sus propios intereses.

También en este caso, la gracia del amor de Cristo lleva a cumplir lo que está inscrito en la naturaleza humana.  ¡Cuántos ejemplos estupendos tenemos de padres cristianos llenos de sabiduría humana!  Ellos muestran que la buena educación familiar es la columna vertebral del humanismo.  Su irradiación social es el recurso que permite compensar las lagunas, las heridas, los vacíos de paternidad y maternidad que tocan los hijos menos afortunados.  Esta irradiación puede hacer auténticos milagros.  ¡Y en la Iglesia suceden cada día estos milagros!

Que el Señor done a las familias cristianas la fe, la libertad y la valentía necesarias para su misión.  Si la educación familiar reencuentra el orgullo de su protagonismo, muchas cosas mejorarán, para los padres inciertos y los hijos decepcionados.  Es el momento en que los padres y las madres regresen de su exilio, y re-asuman plenamente su papel educativo.

Esperemos que el Señor nos dé esta gracia de no autoexiliarse en la educación de los hijos. Y esto solamente pueda hacerlo el amor, la ternura y la paciencia.

(Traducción del italiano de Mercedes De La Torre  – RV).

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