Mi vida en Xto

Oración del viernes: “Yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo”

Ciclo C – Tiempo Ordinario – Semana 15 – Viernes
19 de julio de 2019

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración inicial

En este día, Señor, quiero crecer en amor y en confianza en Ti. Sé que cuando estoy a tu lado, voy por el buen camino. Pero quisiera vivir cada vez más cerca tuyo, porque nos has creado para la comunión y la amistad contigo y sé que mi corazón está sediento de Ti. Que este momento de oración me ayude a conocerte mejor y alimentarme de tu Palabra.

Acto penitencial

(Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día).

Padre bueno y misericordioso, reconozco que muchas veces tomo caminos equivocados que me alejan de Ti. Confío en que tu perdón es siempre más grande que mis pecados. Ayúdame también a saber perdonar y a vivir aquello que me pides: «quiero misericordia y no sacrificios».

Lectura Bíblica

«Yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo» Mt 12,1-8

En aquel tiempo, Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado». Pero Él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».

Lectura espiritual breve

Lee la siguiente reflexión que te ayudará a profundizar en el sentido del Evangelio:

El Señor Jesús nos invita a fijar la mirada en una realidad impresionante: el hambre. Pero no es el hambre que sentimos después de un largo día de trabajo o aquella que se produce por el desgaste de nuestras energías. Se trata del hambre que mucha gente no reconoce: el hambre de la felicidad. ¡Cuántos de nosotros deseamos una vida más plena! Tenemos hambre de Dios porque Él nos creó por amor y para vivir el amor y la comunión. Quisiéramos amar más y ser más amados. Quisiéramos ser más felices y ver a los demás felices. Jesús mismo es el secreto de nuestra felicidad: Él nos sacia. Es el pan que sacia un hambre espiritual que percibimos con poca facilidad. Cuando estamos con Él, cuando pensamos en Él, cuando lo amamos con actos concretos de amor, entonces nuestra vida tiene sentido y somos capaces de comunicar a otros que hemos encontrado la fuente de la verdadera felicidad.

Breve meditación personal

Haz silencio en tu interior y pregúntate:

1.- ¿Qué me dice el Evangelio que he leído?

2.- ¿Cómo ilumina mi vida?

3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?

4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?

Acción de gracias y peticiones personales

Señor Jesús, gracias porque sales a mi encuentro para saciar mi hambre de infinito. Sólo Tú eres capaz de llenar esa sed de felicidad que tengo. Quiero compartir esta gran alegría con todos los que me rodean. Ayúdame a vivir la caridad con los demás dando testimonio de tu amor y misericordia, y anunciándote como el único alimento que sacia todos nuestros anhelos. Amén.

(Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones).

Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…

Consagración a María

Pidámosle a María que nos acompañe siempre:

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.

Dios te salve.

A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.

Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.