Año B – Tiempo Ordinario – Semana 16 – Viernes
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor Jesús, Tú me has llamado a la felicidad y al hacerte hombre pasaste por el mundo llevando esperanza y alegría, curando, sanando, perdonando. Al ver el amor tan grande que tienes por todos nosotros, quiero decirte que quiero vivir cada día más cerca de Ti. Te pido que esta oración me ayude a tener un corazón cada vez más como el tuyo y que estando en tu presencia, pueda acoger todas las gracias que quieres derramar sobre mí con generosidad.
Acto penitencial
Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día.
Señor, junto con mis anhelos de grandeza, también percibo en mi corazón mis egoísmos y pecados. Sé que muchas veces no hago el bien que quiero, y hago el mal que no quiero. Estoy arrepentido por las veces en que te he negado mi amor, pero me llena de esperanza saber que eres un Dios de perdones, y me ofreces tu misericordia en todo momento.
Lectura Bíblica: Mt 13,18-23
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Lectura espiritual breve
Reflexionemos con estas palabras del Papa Emérito Benedicto XVI:
Sin embargo, a pesar de esta condición del hombre contemporáneo, podemos todavía afirmar con certeza, como en los comienzos del cristianismo, que la Palabra de Dios sigue creciendo y multiplicándose. ¿Por qué? Quiero destacar, al menos, tres motivos. El primero es que la fuerza de la Palabra no depende, en primer lugar, de nuestra acción, de nuestros medios, de nuestro «hacer», sino de Dios, que esconde su poder bajo los signos de la debilidad, que se hace presente en la brisa suave de la mañana (cf. 1 R 19, 12), que se revela en el árbol de la cruz. Debemos creer siempre en el humilde poder de la Palabra de Dios y dejar que Dios actúe. El segundo motivo es que la semilla de la Palabra, como narra la parábola evangélica del Sembrador, cae también hoy en un terreno bueno que la acoge y produce fruto (cf. Mt 13, 3-9). Y los nuevos evangelizadores forman parte de este campo que permite al Evangelio crecer en abundancia y transformar la propia vida y la de los demás. En el mundo, aunque el mal hace más ruido, sigue existiendo un terreno bueno. El tercer motivo es que el anuncio del Evangelio ha llegado efectivamente hasta los confines del mundo e, incluso en medio de la indiferencia, la incomprensión y la persecución, muchos siguen abriendo con valentía, aún hoy, el corazón y la mente para acoger la invitación de Cristo a encontrarse con él y convertirse en sus discípulos. No hacen ruido, pero son como el grano de mostaza que se convierte en árbol, la levadura que fermenta la masa, el grano de trigo que se rompe para dar origen a la espiga. Todo esto, si por una parte infunde consuelo y esperanza porque muestra el incesante fermento misionero que anima a la Iglesia, por otra debe llenar a todos de un renovado sentido de responsabilidad hacia la Palabra de Dios y la difusión del Evangelio.
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1.- ¿Qué me dice el Evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?
Acción de gracias y peticiones personales
Gracias Jesús por concederme este momento de encuentro y diálogo contigo. Gracias porque te hiciste hombre, para que podamos alcanzar la salvación, la plenitud de nuestra vida humana. No dejes, Buen Señor, que la cizaña del mal crezca en mi corazón. Y permite que la semilla de tu amor germine en mi interior, haciendo que dé abundantes frutos. Amén.
Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Salve, Reina de los Cielos y Señora de los ángeles; salve raíz, salve puerta, que dio paso a nuestra luz. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, agraciada doncella, ruega a Cristo por nosotros. Amén.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.