Año C – Tiempo Ordinario – Semana 25 – Miércoles
21 de septiembre de 2016
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor Jesús, reconozco tu presencia en mi vida y te pido me acompañes particularmente en este momento de oración. Dame la luz de tu Espíritu para aprender a discernir tu plan. Que aprenda, Señor, a ser coherente en mi vida cristiana, siendo en el mundo fermento en medio de la masa.
Acto penitencial
Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día.
Tú lo sabes todo, Señor, y sabes que muchas veces me alejo de tu plan de amor viviendo en una tierra extraña. Tú conoces mi pecado y mi fragilidad. Pero también sabes que mi corazón anhela entregarse a Ti, a pesar de mi pequeñez. Te pido perdón por todas mis faltas y pecados y te ruego, Buen Señor, que me acerques cada vez más a tu Corazón.
Lectura Bíblica: Mt 9,9-13
Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
Lectura espiritual breve
Reflexionemos con estas palabras del Padre Juan José Paniagua:
En este pasaje del Evangelio Jesús se presenta como el médico, el que ha venido a sanar y a salvar. “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, nos dice. Jesús viene a librarnos de la herida del pecado. Y hoy, que celebramos la fiesta del apóstol San Mateo, vamos a ver cómo el amor de Jesús tiene el poder de cambiar para siempre la vida de una persona.
En primer lugar, Jesús nos cura con el ungüento de su misericordia. El Señor quiere que nos convirtamos y la manera concreta como busca nuestra conversión es regalándonos su misericordia, perdonándonos. El perdón transforma corazones, mucho más que la ira, la impaciencia, o el castigo. Eso probablemente es lo que sintió Mateo: se topó con la mirada misericordiosa de Jesús. Apenas sintió en su corazón aquella mirada, se levantó y lo siguió. No es un reproche ni un castigo por sus pecados lo que lo movió. Y esto es verdad: la mirada de Jesús siempre nos levanta. Porque es una mirada que eleva, que jamás abaja o te humilla. Es más bien una mirada que hace crecer, ir adelante, que da valor. El Señor nos quiere mostrar que nos ama y eso nos da valor para seguirlo. Solo si uno se encuentra con una experiencia tan grande como esta, se hace capaz de dejarlo todo y seguir al Señor. Hoy Jesús también nos mira así, con misericordia y no nos pide una parte de la vida, sino la vida entera.
Y en segundo lugar, junto con la misericordia su mejor receta es decir: sígueme. Hoy y todos los días Jesús nos dice: sígueme. Porque lo que al Señor más le importa no son nuestras caídas, sino nuestro constante deseo de dejarlo todo y continuar el camino, siguiéndolo cada día más de cerca.
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1. ¿Buscas al Señor con frecuencia en el sacramento de la Reconciliación para pedirle perdón?
2. ¿Qué te falta para hacer como Mateo, dejar todo lo que te ata y seguir lo que Dios te pide?
Acción de gracias y peticiones personales
Gracias, Señor por este momento de oración y de encuentro contigo. Ayúdame a esforzarme para vivir con más radicalidad el llamado que me haces a ser santo. No basta con decir “Señor, Señor”. El mundo necesita santos de la vida cotidiana y esa es la meta que colocas en mi horizonte. Dame la gracia que necesito y ayúdame a cooperar desde mi libertad. Amén.
Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las oraciones
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Amén.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.