Año C – Tiempo de Adviento – Semana 04 – Domingo
Miqueas 5,1-4 / Sal 79,2ac.3c.15-16.18-19 / Hebreos 10,5-10 / Lucas 1,39-45
Por Ignacio Blanco
Evangelio según San Lucas 1,39-45.
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y exclamó con voz fuerte: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
El último Domingo de Adviento, ya próximos a celebrar la Nochebuena, se nos propone en la Liturgia el ejemplo de Santa María. El pasaje de la Visitación descubre ante nuestros ojos las grandes experiencias espirituales que embargaban el corazón de la Madre de Dios luego de recibir el anuncio de haber sido elegida para que el Hijo del Altísimo se haga hombre en su seno por obra del Espíritu Santo. La fuerza tremenda de esta revelación, así como el hecho de saberse ya portadora del Misterio, no la alejan de la realidad ni la sumen en un estado de retraimiento solitario. Por el contrario, inmediatamente, sin demora, se pone en camino para visitar a su prima Isabel quien, según le dijo el Ángel, había concebido un niño en su vejez.
¿De dónde nace el apuro de María para salir al encuentro de Isabel? Este sería un asunto de provechosa reflexión para nosotros en los días previos a la Navidad en los que no pocas veces estamos apurados, apremiados por los preparativos para la celebración. Estar apurado o hacer las cosas con prisa y resolución no tiene en sí nada de malo. La dificultad se presenta cuando la premura se traduce en agitación que no sólo arrebata la paz del corazón sino que hace que perdamos de vista lo esencial. Imaginemos una mamá que para celebrar el cumpleaños de su hijo decide prepararle una fiesta sorpresa. Se da por entero a la coordinación de los mil y un preparativos: invitaciones, arreglos, música, comida, vajilla, etc., etc. Y lo hace con mucha dedicación para que todo esté perfecto. Llega el día y con él los invitados, la comida, la música. La fiesta es un éxito y todos están contentos. Al día siguiente la madre no puede dejar de notar una cierta desazón en su hijo y entre molesta y desilusionada le pregunta qué le pasa: ¿No te gustó la fiesta? ¿Invité a alguien que no te cae bien? ¿No te gustó la comida? ¿Qué te pasa? Después de sacarle algunos monosílabos como respuesta, la afligida mamá se da cuenta de que entre tantos detalles que atender había olvidado de felicitar a su hijo, abrazarlo, darle un beso y decirle “feliz cumpleaños”. Se le escapó lo esencial, que era lo que de alguna manera le daba sentido a todo lo demás.
“Eso nunca me pasaría a mí”. ¿Estás seguro? ¿No nos pasa en cierto sentido lo mismo que a la mamá del ejemplo cuando en la Navidad dejamos de lado lo esencial por estar muy ocupados y preocupados por los mil y un detalles que esta celebración implica? Lo esencial es Jesús. Esta es una de las grandes enseñanzas de María. Su premura por ir a visitar y atender a Isabel nace del amor y no le hace perder de vista lo esencial. Ella realmente ha creído en las palabras que Dios le manifestó por medio del Ángel. Va al encuentro de su prima pero eso no le hace perder de vista que lo más maravilloso que le puede compartir es la Bendición de Dios que lleva en su seno. Por eso el encuentro con Isabel desborda alegría, maravilla, exaltación. La fuente de la alegría es la criatura que porta en su seno: Jesús. La fuente de su propia alegría y bienaventuranza es que ha creído, que tiene fe. Por eso podemos decir que María es la primera discípula de su propio Hijo.
El ejemplo de María nos alienta a prepararnos para vivir la Navidad avivando la fe en nuestro corazón. La fe nos permite “mirar” lo esencial de la Navidad: Dios viene al mundo; Jesús nace para darnos luz e iluminar nuestra vida. Toda nuestra celebración tendrá sentido si Él está en el centro de nuestro corazón y de nuestra familia. La Navidad será entonces un momento de alegría, de paz, de maravilla y alabanza como lo fue el encuentro de María e Isabel.
¿Qué le podemos regalar a este Niño que es el Hijo de Dios? ¿Acaso le falta algo a Él que es Dios? Aunque pueda parecer un atrevimiento, sí le podemos regalar algo que Él no tiene: nuestra respuesta. Es tal vez la única cosa en el mundo que le podemos regalar al Niño Jesús y que ciertamente va a alegrar su corazón. Siendo Dios Todopoderoso ha dejado en nuestras manos el que aceptemos el don del amor que nos ha venido a traer y aceptemos vivir en el amor. Pensemos en algo concreto que nos haga vivir ese amor, “envolvámoslo” con la firme y renovada intención de convertirnos más a Él y ofrezcámoselo al Niño Dios como un humilde regalo en esta Nochebuena.