Ciclo B – Tiempo Ordinario – Semana 26 – Sábado
6 de octubre de 2018
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Te pido, Señor, que me concedas la luz de tu Espíritu para que me ilumine y acompañe en este momento de oración. Ayúdame a ser humilde y sencillo de corazón para poder entender e interiorizar tu Palabra.
Acto penitencial
(Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día).
Te pido arrepentido, Amigo bueno, que perdones mis faltas y pecados. Quiero abrir mi mente y corazón a la fuerza transformante de tu gracia que me purifica y transforma interiormente. Me conforta saber que Tú siempre vienes en ayuda de mi debilidad.
Lectura Bíblica según el Evangelio del día
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños» (Lc 10,21-24)
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. El les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!”.
Lectura espiritual breve
Profundicemos en la Palabra de Jesús:
«Hagámonos ahora la pregunta: ¿a quién quiere revelar el Hijo los misterios de Dios? Al comienzo del Himno Jesús expresa su alegría porque la voluntad del Padre es mantener estas cosas ocultas a los doctos y los sabios y revelarlas a los pequeños. En esta expresión de su oración, Jesús manifiesta su comunión con la decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene un corazón sencillo: la voluntad del Hijo es una cosa sola con la del Padre. La revelación divina no tiene lugar según la lógica terrena, para la cual son los hombres cultos y poderosos los que poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los pequeños. Dios ha usado un estilo muy diferente: los destinatarios de su comunicación han sido precisamente los “pequeños”.
Pero, ¿qué significa “ser pequeños”, sencillos? ¿Cuál es “la pequeñez” que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de fondo de nuestra oración? Miremos el “Sermón de la montaña”, donde Jesús afirma: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de Dios» (Benedicto XVI).
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1.- ¿Qué me dice el evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?
Acción de gracias y peticiones personales
Me conmueve, Jesús, cuánto nos amas. Gracias por mostrarme una vez qué grande es el camino de la pequeñez, de la pureza, de la humildad. Quiero avanzar por ese camino de la mano de tu Madre, la Sierva humilde y pura a quien se le reveló la grandeza del amor de Dios.
(Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones).
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Termina rezándole a María:
Salve, Reina de los Cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.
Alégrate, Virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
Que con el auxilio de tan dulce intercesora,
seamos siempre fieles en el terreno caminar.
Amén
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.