Domingo con Xto Mi vida en Xto

Domingo 20 Tiempo Ordinario: La Eucaristía es real

Año B – Tiempo Ordinario – Semana 20 – Domingo

Por Ignacio Blanco

Jesus

Evangelio según san Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo». Los judíos discutían entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí, y Yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por Mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron, y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Durante cinco domingos consecutivos tenemos la ocasión de escuchar proclamar casi en su totalidad el capítulo 6 del Evangelio según San Juan. ¿Por qué es tan importante este pasaje? Entre otras cosas, porque en él Jesús, después de haber multiplicado los panes y peces, nos revela algo fundamental para la vida cristiana: Él es el verdadero Pan que ha bajado del Cielo para dar vida al mundo; el que come su carne y bebe su sangre vivirá. Este Domingo —el cuarto de los cinco— Jesús nos dice con un realismo inaudito que para tener vida en nosotros tenemos que comer su carne y beber su sangre.

¿Cuál fue la reacción de los oyentes de Jesús cuando en la sinagoga de Cafarnaúm dijo estas palabras? Los judíos, dice San Juan, se escandalizaron por el uso tan realista y crudo que hace Jesús en particular de dos verbos: comer y beber. Literalmente Jesús les estaba diciendo que tenían que comer(masticar) su carne y beber su sangre. «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?», se preguntan discutiendo entre sí. Tal vez por un razonamiento demasiado material o por un cierto prejuicio ya formado ante las enseñanzas de Jesús, los allí presentes no lograron entender el auténtico sentido de las palabras de Cristo. Y luego vendrá el rechazo.

Hoy, dos mil años después, cuando nosotros escuchamos esas palabras —comer mi cuerpo y beber mi sangre—, ¿qué pensamos? Durante los primeros siglos del cristianismo, los seguidores de Cristo fueron, entre tantas cosas, acusados de prácticas antropofágicas, justamente en relación a estas palabras. Sabemos que nunca se trató de eso. El realismo de las palabras de Jesús no se reduce a esa dimensión corporal. El realismo de las palabras de Jesús remite a una dimensión mucho más profunda y definitiva que se alcanzará con la institución de la Eucaristía. El Señor, muerto y resucitado, permanece realmente presente en la Eucaristía. No es un símbolo; es realmente Él, su Cuerpo y su Sangre. En tal sentido, Jesús sí nos está hablando de darnos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre.

¿Y esto qué significa? «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí, y Yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por Mí» (Jn 6,56-57). Detengámonos en una palabra que tiene gran importancia para San Juan: permanecer. Jesús nos dice que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre permaneceremos en Él. «Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, Pan de vida, y aquel que come de Él» (San Juan Pablo II). Permanecer en Cristo significa, pues, vivir en comunión íntima con Él. Es una realidad dinámica, que involucra a toda nuestra persona, en todo momento. Es una íntima comunión de vida: «el que me coma vivirá por Mí». ¡Cuán determinante es para cada uno, para su propia felicidad, permanecer en Jesús! En Él vivimos; de otra forma, separados de Él, tenemos —como dice el Apocalipsis— nombre de vivientes pero estamos muertos por dentro (ver Ap 3,1). En otro pasaje del mismo San Juan, Jesús ilustra claramente esa íntima comunión, fuente de vida, comparándola a la que tiene la vid con el sarmiento; el árbol con sus ramas (ver Jn 15).

La permanencia en Jesús, esa íntima comunión que trasforma nuestra vida, alcanza su momento cumbre cada vez que comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre en la Eucaristía. A la luz de esto, ¿no entendemos mejor cuán profunda es esa enseñanza que dice: la Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana? Si queremos permanecer en Jesús, vivir en Él, tomemos en serio sus enseñanzas y pongamos todo de nuestra parte para que efectivamente la Eucaristía sea la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana.

El realismo de la Eucaristía sigue hoy, después de dos mil años, creando escándalo y murmuraciones. Hay millones de cristianos que consideran que las palabras de Jesús tienen un significado meramente simbólico y que las prácticas de la Iglesia Católica en relación a la Eucaristía son absurdas. Es más, hay muchos que se consideran católicos que no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y también hay muchos que aun creyéndolo no viven coherentemente con lo que creen (por ejemplo acercándose a comulgar sin estar debidamente preparados). ¿No tenemos acá un enorme desafío apostólico? Comenzando por nosotros mismos, por nuestros familiares, amigos, conocidos, es urgente un anuncio claro y decidido de la fe de la Iglesia en la Eucaristía, del inmenso don que significa tener a Jesús realmente presente en medio de nosotros, dándonos la vida verdadera.

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