I. LA PALABRA DE DIOS
Sab 6, 13-17: “Encuentran la sabiduría los que la buscan”
La sabiduría es radiante y no se marchita, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean.
Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta.
Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado para otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.
Sal 63, 2-3.5-7: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, sedienta, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo.
1Tes 4, 12-18: “A los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él”
Hermanos, no queremos que ustedes ignoren la suerte de los difuntos para que no se aflijan como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él.
Les decimos esto basados en la palabra del Señor. Los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no tendremos ventaja sobre los que han muerto. Pues Él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.
Consuélense, pues, mutuamente con estas palabras.
Mt 25, 1-13: “Que llega el esposo, salgan a recibirlo”.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
— «Se parecerá el Reino de los Cielos a diez muchachas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al novio. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes.
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes llevaron consigo frascos de aceite con las lámparas.
El novio tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A media noche se oyó una voz: “¡Ya viene el novio, salgan a recibirlo!”.
Entonces se despertaron todas aquellas muchachas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dennos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se están apagando”.
Pero las prudentes contestaron: “No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras, mejor es que vayan a la tienda y lo compren”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y sé cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras muchachas, diciendo: “Señor, Señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”.
Por tanto, estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora».
II. APUNTES
La parábola de las cinco vírgenes necias y de las cinco vírgenes sabias está comprendida dentro de la sección del Evangelio de Mateo llamada “discurso escatológico”, que abarca los capítulos 24 y 25. La palabra griega ésjatos significa “lo último”. La escatología es el tratado de “las cosas últimas”, es decir, lo que viene después de la muerte, el fin último del hombre y de la historia de la humanidad, tal y como la conocemos en el tiempo presente. En estos capítulos el Señor Jesús instruye a sus discípulos sobre estas “realidades últimas”.
Para ubicarnos en el contexto, hagamos un breve resumen de dicho discurso. En el capítulo 24 Mateo describe aquella ocasión en la que, al salir del Templo de Jerusalén, los discípulos le comentan extasiados sobre la majestuosidad y belleza del edificio. El sólido e imponente Templo parecía indestructible. El Señor Jesús aprovecha la ocasión para hacer un sorpresivo y dramático anuncio: «no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida» (v. 2).
El anuncio probablemente causó un impacto tremendo en los discípulos. ¿Cómo era posible que de la Casa de Dios no quedara piedra sobre piedra? De momento quedarían atónitos y sólo más tarde, estando el Señor Jesús enseñando en el Monte de los Olivos, «se acercaron a Él en privado y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo”» (v. 3).
Es entonces que el Señor habla de los últimos tiempos: los discípulos serán sometidos a la confusión, se desatará una terrible persecución cuando llegue aquél día; algunos signos cósmicos impactantes precederán la inminente venida del “Hijo del hombre”. Con su venida gloriosa al final de los tiempos, también conocida como la parusía del Señor, terminará la historia humana tal y como la conocemos actualmente, se dará la resurrección de los muertos y el juicio universal.
Sobre el cuándo sucederá todo esto el Señor no da fecha alguna y, más allá de hablar de los signos previos al final, se limita a pronunciar algunas parábolas cuya lección fundamental es una misma: lo que debe preocupar al discípulo no es el momento preciso, sino el estar preparado en todo momento, siempre en vela, ya que nadie sabe ni el día ni la hora.
El discípulo debe permanecer vigilante tal y como vigila un hombre para que el ladrón no robe su casa, debe velar como vela en el cumplimiento de sus deberes un administrador fiel en ausencia de su señor (24, 45ss), o como vela una virgen que se provee de suficiente aceite para su lámpara en caso tarde en llegar el esposo a recoger a la esposa, o como vela un siervo hacendoso que multiplica los talentos que le han sido confiados por su señor mientras este se ausenta.
Todos estos son relatos que insisten en la necesidad de la “vigilancia” en la que debe permanecer el cristiano, en espera de la parusía.
En el Evangelio de este Domingo el Señor Jesús, para elaborar su parábola, echa mano de una escena de la vida cotidiana: la boda judía. «Entre los judíos, el matrimonio legal se realizaba, después de algunas gestiones preparatorias, mediante dos procedimientos sucesivos, que eran los desposorios y las nupcias. Los desposorios no eran, como hoy entre nosotros, la simple promesa de matrimonio futuro, sino el perfecto contrato legal de matrimonio, o sea el verdadero matrimonium ratum. Por lo tanto, la mujer desposada era esposa ya, podía recibir el acta de divorcio de su desposado-marido, a la muerte de éste pasaba a ser viuda en regla, y en caso de infidelidad era castigada como verdadera adúltera conforme a las normas del Deuteronomio (22, 23-24). Esta situación jurídica es definida con exactitud por Filón cuando afirma que entre los judíos, contemporáneos de él y de Jesús, el desposorio valía tanto como el matrimonio. Cumplido este desposorio-matrimonio, los dos desposados-cónyuges permanecían algún tiempo todavía con sus respectivas familias. Semejante tiempo, habitualmente, se extendía hasta un año si la desposada era virgen y hasta un mes si viuda, y se empleaba en los preparativos de la nueva casa y del equipo familiar. (…) Las nupcias se celebraban una vez transcurrido el tiempo susodicho y consistían en la introducción solemne de la esposa en casa del esposo. Empezaba entonces la convivencia pública y con esto las formalidades legales del matrimonio estaban cumplidas» (G. Ricciotti).
Según la misma costumbre judía las nupcias comenzaban al ponerse el sol. Acompañada por sus amigas y por un cotejo de vírgenes, es decir, jóvenes aún no desposadas, la esposa esperaba en su casa la llegada del esposo. Estas iban a casa de la esposa con una lámpara encendida, no tanto para alumbrarse en el camino como para aumentar la alegría de la fiesta.
El esposo, acompañado por un grupo de amigos y familiares, venía a casa de la esposa para llevarla a su casa. El traslado se realizaba en medio de un cotejo festivo. La esposa, hermosamente vestida y engalanada, era llevada en una litera. Los cantos jubilosos acompañaban al cotejo a lo largo del camino. Ya en la casa de los esposos se celebraba el banquete de bodas.
Esta estampa de la vida cotidiana la utiliza el Señor para aplicarla a su propia venida al final de los tiempos.
El esposo que tarda en llegar es el mismo Señor Jesucristo (ver Ap 19, 6ss). Su venida, entrada ya la noche, es su venida al final de los tiempos, su parusía.
Las diez vírgenes que estaban en casa de la esposa a la espera del esposo, con sus lámparas de barro encendidas de acuerdo al uso, representan a los discípulos y la necesidad de las obras para poder entrar en el gozo de su Señor. «La espera, al prolongarse, se torna insidiosa, porque hace descuidar la preparación que eventualmente existía en un principio y olvidar la realidad de la “venida”. Además, el haber estado preparado sólo al principio no sirve de nada a quien no se encuentre preparado también en el último minuto, el de la “venida”» (Ricciotti).
De estas diez vírgenes cinco son calificadas por el Señor de “necias”. El término griego morai puede traducirse también por embotadas (de mente), estúpidas, tontas, imprevisoras,imprudentes. Estas jóvenes no esperaban que el esposo podía demorar tanto, y al hacerse larga la espera, ya no les quedaba suficiente aceite para mantener encendida la lámpara. La lámpara sin aceite es la fe muerta, una fe que no ha sabido mantenerse viva por las obras de la caridad. Las vírgenes necias representan a aquellos que no se encuentran preparados para cuando llegue el Señor.
En contraposición están aquellas que el Señor califica de “prudentes”, del griego fronimoi, que también puede traducirse por inteligentes, sabias, previsoras. Son las que llevaron aceite extra para rellenar sus lámparas en caso demorase el esposo. Estas vírgenes representan a aquellos que se encuentran preparados para cuando llegue el Señor, preparados porque han sabido perseverar en las obras de caridad que nutren y mantienen viva la fe y esperanza en el Señor.
La puerta cerrada, la súplica de las vírgenes necias para que les abran y dejen entrar, y el rechazo definitivo del esposo expresado con aquella durísima fórmula de excomunión: «Les aseguro que no las conozco», preceden a la moraleja de la parábola que concluye con la seria admonición: «estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora».
La tardanza, la demora, así como el desconocimiento del día y la hora, pero la certeza de que viene, deben alentar a una vigilancia incesante, ininterrumpida, a estar preparados en todo momento, a toda hora. El tiempo presente es «un tiempo de espera y de vigilia» (Catecismo de la Iglesia Católica, 672).
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
«Estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora». Ésta es la gran lección que el Señor nos da también a nosotros, sus discípulos, con la parábola de las vírgenes prudentes y las necias.
Pero, ¿a qué “día y hora” se refiere el Señor? Si bien en el Evangelio se refiere a su venida gloriosa al final de los tiempos, lo más probable es que ese momento sea para nosotros el momento de nuestra propia muerte.
Pensar en la propia muerte no es algo que hagamos con frecuencia. Al contrario, lo normal es procurar evadir ese pensamiento por la inseguridad, por la angustia o miedo que nos produce. Muchos preferimos vivir el día a día “protegidos” por la ilusión de que la muerte nos llegará un día demasiado lejano, acaso ya de viejos, si no lo somos aún.
Pero lo cierto es que no sabemos cuándo la muerte tocará a nuestra puerta, y ese cuándo puede ser hoy mismo (Ver Lc 12,20). Por más jóvenes que seamos, o saludables que estemos, un accidente inesperado puede acabar con nuestra frágil existencia de un momento para otro.
Steve Jobs, fundador de Apple, compartía en el 2005 su propia experiencia con un numeroso grupo de jóvenes egresados de la Universidad de Stanford. Entonces les decía: «Cuando tenía 17 años, leí una sentencia que decía algo así como “si vives cada día como si fuera tu último, algún día ciertamente acertarás”. Esta sentencia causó una fuerte impresión en mí, y desde entonces, en los últimos 33 años, me miro al espejo cada mañana y me pregunto a mí mismo: ¿si hoy fuera el último día de mi vida, querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy día? Y cada vez que la respuesta era un “no”, por muchos días consecutivos, sabía que necesitaba cambiar algo. Recordar que todos moriremos pronto, es la herramienta más importante que jamás haya encontrado para hacer las grandes decisiones en la vida. Porque casi todo, todas las expectativas externas, todo orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso, todo eso desaparece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir tu corazón». Steve Jobs, luego de una larga lucha contra el cáncer, falleció el 5 de octubre del 2011. Para él llegó ya aquél “ultimo día”.
¿Recordamos nosotros que algún día moriremos? ¿Hago yo del “recuerdo de la muerte” un instrumento poderoso para tomar decisiones importantes en mi vida con el fin de cambiar el mundo según el Evangelio? ¿Hago yo de la “memoria de la muerte” un incentivo poderoso para hacer esos cambios necesarios en mi propia vida, pequeños o grandes, para ganar el Cielo y conquistar la eternidad?
Quienes no vivimos como aquellos «hombres sin esperanza» (1Tes 4, 13), quienes «creemos que Jesús ha muerto y resucitado» (1Tes 4, 14), creemos también que «Dios… nos resucitará también a nosotros mediante su poder» (1Cor 6,14). Los cristianos sabemos que la muerte es una “pascua”, un paso de esta vida a la Presencia del Señor. Los cristianos creemos que luego de la muerte seremos juzgados (ver Heb 9, 27), y que ese juicio será un juicio sobre el amor: ¿cuánto he amado? ¿Cuánto me he hecho semejante a Jesús por el amor, por la caridad? Quien sea hallado “revestido de Cristo” por la caridad, pasará a esa fiesta que jamás tendrá fin (ver Mt 22,1-14). Si en cambio vamos pasando la vida “adormilados”, “dormidos”, sin aprovisionarnos del “aceite” de las buenas obras necesario para mantener encendida la lámpara de la fe, nos exponemos a nosotros mismos a escuchar aquellas terribles palabras del Señor: «En verdad te digo que no te conozco».
La memoria de la muerte, así como pensar en el Encuentro que viene después de ese tránsito, debe ser para todo cristiano un estímulo constante para vivir de acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo, para amar más, para amar como Jesús y para, desde ese amor, ayudar a la transformación de muchos corazones y del mundo entero.
Así pues, recuerda que un día morirás, y que ese día puede ser hoy mismo. Un día sin duda acertarás tú también. Procura tú también hacer de ese recuerdo un fuerte estímulo para vivir con sensatez, con la lámpara de la fe encendida y nutrida por el aceite de las obras de la caridad. No dejes pasar este día para convertirte más al Amor. No te acostumbres a decir: “¡mañana!”, para mañana decir nuevamente: “¡mañana, mañana!”. ¡Hoy es el día favorable! ¡Hoy es día de misericordia! Sí, Dios te ha prometido misericordia, pero no te ha prometido el mañana.
IV. PADRES DE LA IGLESIA
San Gregorio Magno: «Los que rectamente creen y justamente viven, son comparados a las cinco vírgenes prudentes. Pero los que confiesan en verdad la fe de Jesucristo, pero no se preparan con buenas obras para la salvación, son como las cinco vírgenes necias».
San Agustín: «También las lámparas que llevan en las manos son las buenas obras; pues escrito está en San Mateo: brillen vuestras obras delante de los hombres (Mt 5,16)».
San Hilario: «El aceite es el fruto de las buenas obras».
San Jerónimo: «Aceite tienen las vírgenes, que según la fe se adornan con buenas obras. No tienen aceite los que parece que profesan la misma fe, pero descuidan la práctica de las virtudes».
San Agustín: «A media noche, esto es, cuando nadie lo sabe ni lo espera».
San Agustín: «Prepararon sus lámparas, esto es, la cuenta de sus obras».
San Juan Crisóstomo: «Estas vírgenes no sólo eran necias porque descuidaron las obras de misericordia, sino que también, porque creyeron que encontrarían aceite en donde inútilmente lo buscaban. Aunque nada hay más misericordioso que aquellas vírgenes prudentes, que por su caridad fueron aprobadas; sin embargo, no accedieron a la súplica de las vírgenes necias. Respondieron, pues, diciendo: “No sea que falte para nosotras y para vosotras”, etc. De aquí, pues, aprendemos que a nadie de nosotros podrán servirles otras obras sino las propias suyas».
San Jerónimo: «Conoce, pues, el Señor a los suyos, y el que no le conoce será desconocido (2Tim 2,19). Y aunque sean vírgenes, ya por la pureza del cuerpo, o ya por la confesión de la verdadera fe, sin embargo, son desconocidas por el esposo porque no tienen aceite. De aquí se infiere aquello de “vigilad, pues, porque ignoráis el día y la hora”: esta sentencia comprende todo lo que queda dicho antes; a fin de que siéndonos desconocido el día del juicio, nos preparemos solícitamente con la luz de las buenas obras».
San Agustín: «No sólo ignoramos en qué tiempo ha de venir el esposo, sino que también la hora de la muerte, para la que cada uno debe estar preparado».
«Mas los que estamos siempre en Cristo, esto es en la luz, ni de noche abandonemos la plegaria. Así Ana la viuda perseveraba orando a Dios siempre y vigilando sin cesar, como está escrito en el Evangelio: No se apartaba del templo, sirviendo día y noche en ayunos y oraciones (Lc 2, 37). (…) Nosotros, hermanos carísimos, que siempre estamos en la luz del Señor, que recordamos y retenemos qué es lo que hemos empezado a ser por la gracia recibida, consideremos la noche como si fuera el día, tengamos la confianza de que caminamos siempre en la Luz, no nos dejemos invadir de nuevo por las tinieblas que hemos ahuyentado».
San Gregorio de Nisa: «El Señor hizo a sus discípulos muchas advertencias y recomendaciones para que su espíritu se liberara como del polvo todo lo que es terreno en la naturaleza y se elevara al deseo de las realidades sobrenaturales. Según una de estas advertencias, los que se vuelven hacia la vida de arriba tienen que ser más fuertes que el sueño y estar constantemente en vela. (…) Hablo de aquel sopor suscitado en aquellos que se hunden en la mentira de la vida por los sueños ilusorios, como los honores, las riquezas, el poder, el fasto, la fascinación de los placeres, la ambición, la sed de disfrute, la vanidad de todo lo que la imaginación puede presentar a los hombres superficiales para correr locamente tras ello. Todas estas cosas se desvanecen con el tiempo efímero; son de la naturaleza del aparentar; apenas existen, desaparecen como las olas del mar. (…) Por esto, nuestro espíritu se desembaraza de estas representaciones e ilusiones gracias al Verbo que nos invita a sacudir de los ojos de nuestras almas este sopor profundo para no apartarnos de las realidades auténticas, apegándonos a lo que no tiene consistencia. Por esto nos propone la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). Porque la luz que ilumina nuestros ojos, aparta el sueño y la cintura ceñida impide al cuerpo caer en el sopor. (…) El que tiene ceñida la cintura por la temperancia vive en la luz de una conciencia pura. La confianza filial ilumina su vida como una lámpara».
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
Es tiempo de espera y de vigilia
672: Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel que, según los profetas, debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la «tribulación» (1 Cor 7, 28) y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilia (Ver Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
En la oración, el discípulo espera atento
2612: En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.
2730: Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27, 8).
“Velad y orad para no caer en la tentación”
2848: «No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón… Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 21. 24). «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Gal 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este «dejarnos conducir» por el Espíritu Santo. «No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (1 Cor 10, 13).
2849: Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16,15).
VI. ESPIRITUALIDAD SODÁLITE
A continuación ponemos a su disposición otras reflexiones: