Jesús cura al leproso
Reflexionando sobre el Evangelio de hoy (Mc 1,40-45) que relata el momento en el que Jesús cura a un hombre enfermo de lepra, el Papa recordó que en aquel tiempo, “los leprosos eran considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer fuera de los lugares habitados”.
“Eran excluidos de toda relación humana, social y religiosa. Jesús, en cambio, deja que se le acerque aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca”, dijo el Pontífice, subrayando que de este modo, el Hijo de Dios pone en práctica la Buena Noticia que anuncia:
Dios es Padre de la compasión y del amor
Además, el Papa señaló que en este episodio podemos ver que se encuentran dos “transgresiones”: el leproso que se acerca a Jesús y Jesús que, movido por la compasión, lo toca para curarlo.
La primera transgresión -explicó Francisco- es aquella del leproso:
Igualmente, el Papa hizo hincapié en que aquel hombre “sale de su aislamiento, porque en Jesús encuentra a Dios que comparte su dolor. La actitud de Jesús lo atrae, lo empuja a salir de sí mismo y a confiarle a Él su historia de dolor”.
Un aplauso para los “confesores misericordiosos”
En este punto, Francisco dirigió un pensamiento especial para los “tantos buenos sacerdotes confesores que tienen esta actitud”, de atraer a la gente.
«Atraen a tanta gente que no siente nada, que se siente “en el suelo” por sus pecados… y lo hacen con ternura, con compasión… Buenos son esos confesores que no están con el látigo en la mano, sino que están solo para recibir, para escuchar, y para decir que Dios es bueno y que Dios siempre perdona, que Dios no se cansa de perdonar», aseveró el Obispo de Roma pidiendo a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro un aplauso para estos “confesores misericordiosos”.
Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento
La segunda transgresión -continuó el Santo Padre- es la de Jesús:
Pero… ¿Qué significa este acercamiento no sólo físico, sino también espiritual entre el Maestro y el enfermo de lepra?
Para Francisco, este gesto de Jesús muestra que Dios no es indiferente, que no se mantiene a una “distancia segura”; al contrario, “se acerca con compasión y toca nuestra vida para sanarla”.
No caer en los prejuicios sociales
Antes de concluir su alocución, el Papa recordó que incluso en la actualidad, en todo el mundo, hay tantos hermanos y hermanas que sufren de lepra, “o de otras enfermedades y condiciones a las que, lamentablemente, se asocian prejuicios sociales” y en algunos casos hay incluso discriminación religiosa.
Un sufrimiento del que nadie está completamente exento -indicó el Sucesor de Pedro- ya que a cada uno de nosotros nos puede ocurrir experimentar a lo largo de la vida, “heridas, fracasos, sufrimientos, egoísmos que nos cierran a Dios y a los demás”.
Aquel que se “contamina” con la humanidad herida
Frente a todo esto, «Jesús nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino Aquel que se “contamina” con nuestra humanidad herida y que no teme entrar en contacto con nuestras heridas», puntualizó Francisco, poniendo en guardia sobre el riesgo de silenciar nuestro dolor “usando máscaras”, para “cumplir con las reglas de la buena reputación y las costumbres sociales”, o directamente cediendo ante nuestros egoísmos y temores internos con el fin de no “implicarnos demasiado en los sufrimientos de los demás”.
Antes de finalizar, el Papa invitó a los fieles a pedir al Señor la gracia de vivir estas dos “transgresiones” del Evangelio:
“Que en este camino nos acompañe la Virgen María, a la que ahora invocamos en la oración del Ángelus”, concluyó el Santo Padre.
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano