Ciclo A – Tiempo Ordinario – Semana 19 – Martes
15 de agosto de 2017
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Texto completo de las palabras del Papa Francisco antes del rezo del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, el Evangelio nos presenta a la joven de Nazareth que, habiendo recibido el anuncio del Ángel, parte sin tardanza a reunirse con Isabel, para acompañarla en los últimos meses de su embarazo prodigioso. Cuando llega a dónde está, María escucha de su boca las palabras que se han convertido en la oración del “Ave María”: “Bendita seas entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). En efecto, el don más grande que María lleva a Isabel —y al mundo entero— es Jesús, que ya vive en ella; y vive no sólo por la fe y la espera, como en tantas mujeres del Antiguo Testamento: de la Virgen, Jesús ha tomado la propia carne, para cumplir su misión de Salvación.
En casa de Isabel y de su marido Zacarías, donde primero reinaba la tristeza por la falta de hijos, ahora se vive la alegría por la llegada de un niño que llega: un niño que se convertirá en el grande Juan Bautista, precursor del Mesías. Y cuando María llega, la alegría prorrumpe y desborda de los corazones, porque la presencia invisible pero real de Jesús, llena todo de sentido: la vida, la familia, la salvación del pueblo…..¡Todo! Esta alegría plena se expresa con la voz de María en la oración maravillosa que el Evangelio de Lucas nos ha transmitido, y que toma su nombre de su primera palabra en latín, Magnificat. Es un canto de alabanza a Dios que hace cosas grandes a través de personas humildes, desconocidas para el mundo, como la propia María, como su esposo José, y como el lugar en el que viven, Nazareth. Las cosas grandes que Dios ha hecho con las personas humildes, las cosas grandes que el Señor hace en el mundo con los humildes, porque la humildad es como un vacío que deja lugar a Dios. El humilde es poderoso, porque es humilde: no porque es fuerte. Y esta es la grandeza del humilde y de la humildad. Quisiera preguntaros, —y también a mi— pero sin contestar en voz alta; cada uno que se conteste dentro de su corazón: “¿cómo va mi humildad?”.
El Magnificat canta al Dios misericordioso y fiel, que cumple su diseño de salvación con los pequeños y los pobres, con los que tienen fe en Él, que se fían de su Palabra, como María. De ahí la exclamación de Isabel: “Bendita tu que has creído” (Lc 1,45). En aquella casa, la venida de Jesús a través de María ha creado no sólo un clima de alegría y de comunión fraterna, sino también un clima de fe que lleva a la esperanza, a la oración, a la alabanza.
Todo esto sería deseable también hoy para nuestras casas. Celebrando a María Santísima Asunta al Cielo, querríamos que ella una vez más, trajese para nosotros, para nuestras familias, para nuestra comunidad, el don inmenso, la gracia única que debemos siempre pedir por encima de cualquier otra gracia que deseamos: ¡la gracia que es Jesucristo!
Llevando a Jesús, la Señora trae también para nosotros una alegría nueva, llena de significado; nos trae una nueva capacidad de atravesar con fe los momentos más dolorosos y difíciles, nos trae la capacidad de la misericordia; para perdonarnos, comprendernos y sostenernos unos a otros.
María es modelo de virtud y de fe. Y al contemplarla hoy asunta al Cielo, en el cumplimiento final de su itinerario terreno, le damos gracias porque siempre nos precede en el peregrinaje de la vida y de la fe – es la primera discípula. Y le pedimos que nos guarde y nos sostenga; que podamos tener una fe fuerte, alegre y misericordiosa, que nos ayude a ser santos, para encontrarnos con ella, un día, en el Paraíso.