Año C – Tiempo Ordinario – Semana 30 – Martes
25 de octubre de 2016
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Jesús, Tú que te hiciste hombre, para enseñarnos cómo vivir plenamente como seres humanos, quiero pedirte que me bendigas con tu presencia en este momento de oración. Ayúdame a hacer silencio en mi interior para poder escucharte y dejar que tus palabras, como la levadura, transformen mi corazón y lo llenen de Ti.
Acto penitencial
Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día.
Buen Jesús, sé del inmenso amor que me tienes, y sé también lo débil y pecador que soy. Cómo tantas veces me propongo cambiar, pero vuelvo a caer en las seducciones del pecado. Deseo acogerme a tu infinita misericordia, y pedirte que cures mi corazón, y que fortalecido con tu amistad pueda seguir perseverando en mi lucha por ser santo.
Lectura Bíblica según el Evangelio del día
“¿A qué se parece el Reino de Dios? ” (Lc 13,18-21)
Jesús dijo entonces: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas”. Dijo también: “¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa”.
Lectura espiritual breve
Te compartimos este texto del Padre Christian Vinces:
Dos parábolas con las cuales Jesús describe el Reino de los Cielos; dos parábolas que hablan de la potencia insospechada de lo pequeño y lo humilde y su capacidad de transformarlo todo. El grano de mostaza es una pequeña semilla capaz de producir un gran árbol que da cobijo a los pájaros del cielo; un poco de levadura es capaz de mezclarse con 3 medidas de harina (aproximadamente 40 kilos) y fermentar toda esa enorme masa. Así es el Reino de los Cielos: sencillo, pequeño, humilde, pero con un enorme poder de transformación, el poder del Amor que ha vencido a la muerte.
Esta fuerza de lo humilde se ve claramente en toda la historia de la salvación: “Israel, que no es nada frente a las potencias de la tierra, es el sitio donde Dios viene al mundo; Nazaret, nada dentro del mismo Israel, es el lugar de su venida definitiva; la cruz, de donde pende la existencia de un fracasado, es el punto donde el hombre puede palpar a Dios. Y, finalmente, la Iglesia, una imagen problemática de nuestra historia, que reclama un lugar perpetuo de la revelación de Dios” (Card. Joseph Ratzinger). El Señor nos invita hoy a aprender a mirar la realidad con los ojos de la fe y valorar en nuestra vida esos pequeños actos cotidianos de amor y generosidad, esa pequeña oración que se eleva con esfuerzo, esos sencillos momentos de encuentros con los demás como pequeñas semillas capaces de llegar a ser un gran árbol, como un poco de fermento que es capaz de transformar este mundo con la Luz y la Fuerza del Amor de Dios.
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1. ¿Soy capaz de valorar lo sencillo y humilde de la vida y descubrir su potencia transformadora?
2. ¿En qué cosas sencillas veo que el Reino de Dios crece en mi corazón en este tiempo?
Acción de gracias y peticiones personales
Gracias Jesús por hablarme en esta oración. Ayúdame, Señor, a no temer ante la inmensidad de la misión que pones frente a mis ojos. Yo sé que el mundo es poderoso y que anunciarte en medio de las gentes no es tarea fácil. Pero también sé que Tú eres quien va conmigo y es tu fuerza la que actúa a través de mis palabras. Gracias, Amigo Bueno, por no abandonarme en las dificultades y por ser siempre mi fuerza en el camino. Amén.
Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Termina rezándole a María:
Acuérdate,
¡oh piadosísima, Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que
han acudido a tu protección,
implorando tu auxilio
haya sido abandonado de Ti.
Animado con esta confianza,
a Ti también yo acudo,
y me atrevo a implorarte
a pesar del peso de mis pecados.
¡Oh Madre del Verbo!,
no desatiendas mis súplicas,
antes bien acógelas benignamente. Amén
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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