Cuaresma Vía Crucis

Vía Crucis de Romano Guardini

Oración inicial

Señor, Tú has dicho: «Quien quiera ser mi discípulo, tome su cruz cada día y sígame». Ahora yo quiero seguir Tus pasos y acompañarte espiritualmente en Tu Calvario. Presenta vivamente ante mi alma lo que Tú sufriste por mí. Abre mis ojos y conmueve mi corazón, para que vea y sienta profundamente cuán grande es Tu amor para conmigo. Que yo me vuelva con toda mi alma hacia Ti, mi Salvador, y abandone el pecado que Te ha causado tan amargos sufrimientos.

Me arrepiento de corazón, Señor, por mis pecados. Quiero comenzar nuevamente; con toda seriedad quiero ponerme en marcha y seguirte. Ayúdame a lograrlo.

Ayúdame también a cargar mi Cruz contigo. Tu Calvario es la escuela de todo sufrimiento, de toda paciencia y abnegación. Déjame reconocer en Tu Pasión mi propia penuria. Enséñame a comprender lo que Tu Calvario me dice: cómo debo obrar justamente ahora, en este momento. Y luego haz que esta comprensión sea fuerte y fecunda, para que yo también actúe de acuerdo con ella.

Amén.

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús está frente al tribunal. Los que Lo acusan son mentirosos. El juez es un hombre sin carácter. El proceso es toda una burla a la justicia. El Señor es declarado culpable, por este tribunal, de un grave delito. El castigo es totalmente humillante y terrible a la vez.

Jesús sabe con cuánta claridad ha imaginado siempre todo esto. ¡Como ha amado al pueblo y se ha consumido para su salvación! La horrible injusticia e inescrupulosidad de este juicio tiene que estremecer el corazón del Señor hasta lo más profundo de su ser.

¡Cómo se sublevaría mi sentimiento de lo justo si alguien quisiera imponerme un castigo injusto! A menudo me resisto ante una desgracia si pienso que no soy merecedor de ella. ¡Y sin embargo sé cuán culpable y pecador fui! ¡Como la miserable parodia de juicio tiene que conmover profundamente al Señor! Pero El permanece callado. Acepta voluntariamente la sentencia, porque la voluntad santísima del Padre lo quiere así, porque así sirve para nuestra salvación.

Pero todo lo que ahora sigue está totalmente impregnado por la amargura agria e injusta de ser inmerecida.

Señor, Tú fuiste el primero en recorrer este camino, y me lo has trazado. Enséñame ahora a seguirte, para cuando llegue mi hora.

Si tengo que obedecer una orden o recibir una reprimenda en un tono fuerte, indícame lo que hay de justo en ellas, y enséñame a perdonar lo injusto que éstas puedan ser.

Si un deber me parece imposible de cumplir, entonces quiero reconocer en él la voluntad del Padre y obedecerle.

Si vienen sufrimientos y yo pienso que no los merezco, enseña a mi corazón a someterse a la voluntad del Padre, como Tú lo has hecho.

Y cuando me afecte una injusticia evidente, entonces Tu gracia debe ayudarme a permanecer totalmente callado también en este caso, y a confiar al Padre mi justificación.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Segunda estación: Jesús carga la Cruz sobre sus hombros

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

La sentencia ha sido dictada. Jesús la ha aceptado sin decir palabra. Ahora acercan la cruz. Por costumbre el condenado la debe llevar por sí mismo hasta el lugar de ejecución.

El Señor levanta el madero de la Pasión. No acepta cargarlo sobre sí torpemente, sino que echa mano de él con decisión.

Aquí no tiene lugar ninguna exaltación idealista. Lo que ahora sucederá, en todo su horror, está presente penosa y nítidamente ante el alma de Jesús. Él no se engaña por nada. Lo que lo impulsa no es tampoco el arrojo propio de la desesperación. El Señor es libre completamente y está exento de todo temor.

Él ve en la Cruz el encargo del Padre: nuestra salvación. Quiere redimirnos con toda la fuerza de Su corazón. Su alma está serena y resuelta. Va al encuentro de la cruz y la toma con decisión.

Señor, una cosa es decir en la hora buena: “estoy dispuesto a todo lo que Dios quiera”, y otra cosa es estar dispuesto efectivamente cuando la Cruz se presenta. En este caso el corazón a menudo es débil y temeroso; entonces olvida toda buena disposición.

Ayúdame a permanecer firme cuando llegue el momento. Tal vez la cruz ya esté aquí, o muy cerca. Puede venir cuando quiera: yo quiero estar preparado. Hazme fuerte y generoso, para que no desespere y no me rebele contra aquello que se presenta de improviso. Quiero encarar todo esto sin miedo y reconocer en ello el llamado del Padre.

Dame la firme convicción de que también este sufrimiento sirve para mi bien, y fortaléceme para que lo acepte sin titubear. Si así lo hago, entonces habré vencido gran parte de la amargura del sufrimiento.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús no ha dormido en toda la noche y desde la víspera no ha comido nada. Lo han arrastrado de una autoridad a otra. Los dolores y la pérdida de sangre lo han debilitado Toda la bajeza de los hombres lo ha maltratado. El Señor está terriblemente cansado.

La cruz es demasiado pesada para Él; la carga excede Sus fuerzas. Temblándole las rodillas lleva la cruz durante un largo trayecto, pero tropieza con una piedra o alguien de la turba Lo empuja y entonces Jesús cae.

¡Qué crueles son los hombres en esos momentos! Risotadas, palabras injuriosas y golpes llueven sobre el caído. En cuanto puede, Jesús se levanta, con mucho esfuerzo coloca la cruz sobre Sus hombros llagados y prosigue Su camino.

Señor, la cruz es tan pesada para Ti, y sin embargo Tú la llevas por nosotros porque el Padre así lo quiere. Su peso excede Tus fuerzas, pero Tú no la rechazas. Caes, vuelves a levantarte y sigues llevándola.

Enséñame a comprender que alguna vez todo sufrimiento verdadero puede revelarse como demasiado pesado para nuestros hombros, pues no hemos sido creados para el sufrimiento sino para la felicidad. Toda Cruz algunas veces parece exceder las fuerzas. Siempre surge la frase cansada y llena de angustia: “No puedo más!”

Señor, mediante la fuerza de Tu paciencia y de Tu amor, ayúdame en esa hora, para que yo no desespere. Tú sabes cuánto puede agobiar el peso de una Cruz. Tú no nos condenas cuando perdemos las fuerzas, nos ayudas a levantarnos nuevamente. Renueva mi paciencia, derrama Tu energía en mi alma. Entonces ella se pondrá de pie, tomará su carga y continuará su camino.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Cuarta estación: Jesús encuentra a Su Madre

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

La Virgen ha estado esperando en un cruce del camino, y ahora se acerca al gentío. No dicen nada ni la Madre ni su Hijo. ¿Qué podían decirse? Están completamente solos el uno con el otro, solos en el mundo a pesar del cruel gentío agolpado a su alrededor, entrelazadas sus miradas y unidos sus corazones. Sólo Dios sabe cuánto amor y dolor atraviesa sus almas y va de una mirada a la otra.

¿Quieres meditar un momento cómo estaba el alma de María? Se encontraba completamente fortalecida, totalmente sensibilizada e inundada por un amor puro. Y aunque pueda ser que una madre, por medio del embotamiento y superficialidad del corazón humano, oponga al dolor que la oprime una coraza protectora —ella, la elegida entre todas, la más cercana a Dios—, no lo ha hecho. El dolor la atravesó hasta lo más profundo de su corazón.

Fue un momento tan largo como breve. Entonces dijo la mirada del Señor: “Madre, así ha de ser. El Padre lo quiere”. “Sí, Hijo, el Padre lo quiere y Tú también. Sea, pues, así”.

¡Oh Señor, amadísimo Señor, que yo sea culpable de esta amargura! ¡Por mí Te has separado de Tu Madre!

Señor, Tu ofrenda no debe ser inútil para mí. Que yo la recuerde cuando Dios me llame y el corazón se sienta atado por los hombres.

Enséñame a vencer el temor a los hombres, cuando éste me impida confesarte y reconocerte.

Enséñame a dejar de lado el respeto humano, cuando éste quiera apartarme de mi deber

Enséñame a ser por mí mismo más fuerte que el amor humano por más grande y puro que éste sea, tan pronto como yo esté en peligro de serte infiel a causa de él.

Pero, Señor, enséñame a hacerlo tal como Tú lo has hecho: con amor. Sin rudeza y sir brutalidad, con consideración y delicadeza.

Y estoy seguro de que, si tengo que herir a amor por Tu causa, este amor se fortalece en Ti. Y lo que él tenga que perder por Ti h habrá de ganar cien veces en Ti.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Quinta estación: Simón de Cirene es obligado a ayudar a Jesús

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

A causa del amor de su madre, por un breve instante el recuerdo de la tierra natal ha en vuelto al Señor. Ahora tiene que reanudar la marcha. Doblemente amarga le resulta toda la crueldad que lo rodea, doblemente pesada le resulta la cruz. Está solo. Los que lo aman nada pueden hacer; los que podrían ayudarle no quieren hacerlo.

Como los soldados de la guardia ven que las fuerzas de Jesús flaquean, obligan a detenerse a un labrador que viene del campo, de nombre Simón. Él debe ayudar a llevar la cruz, pero se niega. Está cansado y hambriento; quiere ir a su casa, comer y descansar, ¿Por qué debe molestarse por ese alborotador? Simón se niega, y los soldados tienen que obligarlo. Entonces carga la cruz, furioso e indignado. ¿Qué clase de ayuda es ésta?

Jesús está completamente solo. Total y completamente solo en su horrible tribulación. Únicamente el Padre está con Él.

Señor, has ayudado a muchos, pero todos te han abandonado. Y Tú perseveras hasta el fin por mí, para ser mi camino y fortaleza.

Quiero pensar también en Simón de Cirene, cuando en algún momento yo tenga que estar solo con mi dolor.

¡Cuán a menudo se lo ve abandonado al que está afligido! Solo con su dolor, nadie le ayuda. Solo con su dolor espiritual, ya que los otros no lo comprenden. Y si va con su aflicción a ellos, la mirada de éstos le dice cuán desagradable les resulta. Sus gestos y palabras proclaman: “¿Qué nos importa lo tuyo?”

Señor, en tales horas permanece junto a mí. Ayúdame a resignarme a esta soledad y a no desanimarme.

Sí, de por sí yo no debería ir enseguida al encuentro de los otros. Debo aprender a mantenerme voluntariamente solo y unido únicamente a Ti.

Y si alguna vez mi alma percibe con claridad que, en el fondo, cada uno está solo con su dolor y que debe arreglárselas consigo mismo; y si mi alma percibe que en lo más profundo ningún hombre puede ayudar al otro, entonces hazme sentir que Tú estás a mi lado. Hazme saber que Tú eres fiel y no me abandonas.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Sexta estación: La Verónica alcanza a Jesús su sudario

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El Señor está abandonado totalmente. A su alrededor sólo hay hostilidad, crueldad, brutalidad. Está agotado por la sed y el sufrimiento, cansado en cuerpo y alma hasta el punto de desfallecer. La cruz lo agobia terriblemente. Jesús siente como si se ahogase, y a menudo sus ojos se nublan.

Otro estaría completamente desesperado y ya no mostraría más interés por nada. En el supuesto caso que se le acercara la Verónica y le ofreciera su lienzo, ni siquiera la hubiera visto: habría pasado delante de ella sin verla y sin darse cuenta de su presencia.

Pero, aunque Jesús respira con dificultad, agobiado por el peso de la cruz, tan despierto y sensibilizado está Su corazón que puede conmoverse por el humilde servicio de la mujer. Él es capaz de apreciar ese gesto y agradecerlo de modo divino. Jesús seca Su rostro, y cuando devuelve el lienzo a la Verónica éste tiene impresos Sus sagrados rasgos.

¡Oh, Señor, cuán fuerte y delicado, es Tu corazón! ¡Tú, un alma soberana, noble por encima de toda nobleza, libre ante todo. Solo Tú eres libre, en cambio nosotros somos esclavos de la vida y del sufrimiento!

¡Oh, hazme libre también! Cuando yo sufra y quiera ser ciego e indiferente frente a los hombres que me rodean, entonces conserva clara mi vista y libre mi corazón del egoísmo que tan fácilmente invade al que sufre. Ayúdame a no pensar siempre en mí mismo. Que no sea pretencioso, que no sea una carga para los demás, que no les arruine su alegría porque a mí me domina la tristeza. Enséñame a percibir todo pequeño gesto de amor, enséñame a apreciarlos y a dar gracias por ellos.

Sí, tengo que aprender a ser útil yo mismo a los demás, ya que uno domina su dolor mucho más fácilmente cuando pasa por encima de sí mismo y ayuda a otros. Enséñame Tú a pensar en los demás y a comprenderlos. Indícame cómo ganar su confianza, cómo decirles una palabra buena, cómo consolarlos, animarlos y ayudarlos.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez bajo el peso de la cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Simón de Cirene ha ayudado mal. Es muy probable que se haya alejado de allí. Jesús está otra vez solo ante todo el gentío despiadado; ha tenido que separarse de Su madre, Sus discípulos han huido, los pocos leales a Él son impotentes entre la gran cantidad de gente hostil.

Nadie lo ayuda en su aflicción. La cruz le pesa demasiado, pero más pesa sobre su alma toda la ingratitud que le rodea. Con el amor más puro les ha predicado el Reino de Dios: entre tanta gente hay sin duda algunos a quienes en alguna oportunidad Él ha curado, o les ha dado de comer en el desierto. Pero ahora ellos gritan contra El, como si Jesús fuese su peor enemigo.

Esto es lo que le hace caer por segunda vez.

Pero una gran luz ilumina su alma: ¡Él los quiere salvar justamente por esto que ellos Le hacen! Por eso se levanta a duras penas por segunda vez y prosigue su camino.

¡Señor, si yo pudiera comprender cuán sublime es sufrir por los otros! Todos Tus dolores tienen una dulzura oculta, porque sabes que de ellos fluye la bendición y salvación para nosotros. ¿No puedo pensar lo mismo? ¿Lo que me agobia, no puedo soportarlo por otros? ¿No puedo ofrecer al Padre celestial mis preocupaciones, mis fatigas, mis sufrimientos, junto con Tu Pasión Redentora? Por todos mis seres queridos: esposos, hijos, padres, hermanos… Por toda necesidad en el mundo… Por todo lo grande, puro, santo que está en peligro… Por los muchos que se equivocan, están en pecado y se han perdido…

¡Ojalá yo pueda comprender profundamente que mi sufrimiento es bendición para otros! ¡Ojalá yo pueda comprender que mi sufrimiento forma parte de la fuerza de la Pasión Redentora! La Gracia de Dios se derrama sobre los otros y socorre cuando ya nada puede ayudarles. ¡Sí, entonces el dolor sería en verdad dominado! Sería vencido en su raíz más profunda.

Y en lugar de estar descontento en medio de la tribulación, debería tener en mi corazón la alegría de ser colaborador de Dios en Su obra de Amor y Redención… ¡Señor, Te suplico desde lo más profundo de mi alma que me enseñes a comprender esto! Ensancha y engrandece mi alma, para que pueda comprender esta gran e increíble verdad… Y dale también el amor para realizarla.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Octava estación: Jesús habla con las mujeres que se lamentan

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

También aquí se revela lo maravilloso de la generosidad de Jesús.

Cuando pienso cuánta valentía hay en Él… Su cabeza con una corona de espinas, el cuerpo desgarrado por profundas heridas y atormentado por un sudor acre… Ahogándose bajo el peso de la cruz… A su alrededor nada más que odio y desprecio, ante El un espantoso final…

Si yo estuviera en esa misma situación y algunos se me acercaran lamentándose y compadeciéndome con muchas palabras y lágrimas, ¿no se apoderaría de mí una impaciencia arrebatada y furiosa?

Pero el alma de Jesús permanece libre y tranquila. Y aunque todo en Él se estremece por el dolor, habla serenamente con las mujeres y se ocupa de enseñarles y aconsejarles.

Para cada uno llegan tiempos en que le agobian graves sufrimientos, y todo en él se estremece bajo su yugo. Los nervios se niegan a obedecer y hay que hacer un gran esfuerzo para dominarlos y que no se rebelen. Doble esfuerzo se requiere cuando el ambiente lo atormenta a uno con un trato cruel y absurdo.

Si alguna vez me encuentro en esa situación, ayúdame, Señor a conservar la calma. Yo quiero dominarme con la fuerza de Tu paciencia. Quiero encontrar bondadosos a los demás, incluso a los insensatos, a los crueles, a los groseros.

Además, quiero cumplir serenamente con mi trabajo; quiero ejercer con holgura mi vocación aun cuando ello signifique un esfuerzo penoso para mí.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo el peso de la cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Poco después de la segunda caída Jesús vuelve a desplomarse por tercera vez. ¿Qué puede decirse ante tal desamparo martirizante? ¿Repetir palabras? Aquí toda frase está de más. Intenta comprender lo que Jesús padece: está mortalmente cansado… ¡Y cae por tercera vez bajo el peso de la cruz, en medio de ese ambiente hostil!

Está en el límite de bus fuerzas. A pesar de ello se levanta una vez más y lleva la cruz hasta el destino fijado.

Pero allí no lo espera el alivio sino la muerte horrenda.

¡Oh Jesús, vigoroso Jesús, Tú estás en mí y yo en Ti! Contigo yo tengo que soportar el dolor, aunque crea que no puedo más. Contigo tengo que cumplir con mi deber, aunque éste sea muy penoso.

Ayúdame a no acobardarme en la tribulación y a no evadir mi obligación.

Y si caigo, si decae mi fuerza, ayúdame a levantarme otra vez.

Tres veces Tú has caído y tres veces Te has levantado. Enséñame a entender, Señor, que Tú no pretendes que nunca seamos débiles, sino más bien que siempre debemos volver a levantarnos.

Enséñame a reconocer que toda nuestra vida terrenal es un continuo volver a levantarse, un comenzar siempre fresco y renovado.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

A Jesús le ha sido quitado todo: Su libertad, Sus amigos, Su actividad. Ahora le roban también el honor de Su cuerpo. Despojado de Sus vestidos y abandonado, lo exponen a la vergüenza. Cualquier insolente puede observarlo y burlarse. Todos: los que alguna vez lo habían venerado como un gran profeta, los que lo habían ensalzado como Mesías, amigos y extraños, todos ellos lo contemplan en su humillación.

El alma de Jesús es fuerte, profunda, increíblemente noble y delicada; completamente sensibilizado y despierto está su sentimiento del honor. La deshonra se abalanza como una llama abrasadora sobre Él. Pero Jesús se mantiene en la voluntad del Padre y persevera.

Señor, recuérdame esta hora amarga cuando en alguna oportunidad mi honor la olvide; cuando alguien no aprecie mi intención y me atribuya motivos incorrectos; cuando me calumnien y ofendan mi buen nombre. Recuérdamela incluso cuando los que no me comprenden sean aquéllos que por estar cerca mío tendrían que saber cómo pienso yo.

Tanta vergüenza indescriptible has sufrido Tú por mí. Mediante esta ofrenda tuya me fortaleces en un momento de prueba. Dios sabe la verdad: en esto quiero apoyarme. Quiero pensar que mi honor está custodiado por Él y que me justificará en el momento oportuno.

No permitas que sea intolerante ni que devuelva con la misma moneda, juzgando y censurando a quien yo considere que ha ofendido mi honor.

Ayúdame a ser justo, a mantener la serenidad y a confiar en Ti.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Es tan horrible lo que ahora sucede que uno quisiera huir, para no tener que presenciarlo. Es horrible ver cómo clavan a Jesús e] la cruz y lo levantan…

¡Oh mi Señor y Salvador! —Pero yo no tengo ningún derecho a huir, tengo que permanecer aquí. Él sufre por mí.

Antes al menos Jesús podía andar, mover se, esforzarse. Ahora todo ha concluido; lo único que Jesús puede hacer es estar clavado en la cruz y sufrir en silencio.

Los dolores de los miembros acalambrados, en la cabeza y en todas las graves heridas son cada vez más fuertes; la sed lo atormente cada vez más, el temor y la angustia Lo agobian sin cesar. Él no puede ni ayudarse ni moverse, lo único que puede hacer es sufrir y sentir cómo se acerca la muerte.

¡Y esos hombres a su alrededor! ¡El odio y el desprecio satánico de Sus enemigos! ¡La crueldad de la turba!

¡Oh Señor, yo soy un pobre pecador, perdóname! Soy culpable de Tu agonía.

No permitas que Tu sufrir por mí sea inútil. Deja que vivan en mí la fuerza y la paciencia divina de Tu sufrimiento.

A cada uno le llega en algún momento la hora en que ya no puede hacer más nada: ni defender el honor, ni aliviar el dolor, ni encontrar ninguna solución a su necesidad. Es así ante todo en la enfermedad última, cuando uno sabe que se acerca el fin y el médico ya no puede intentar nada.

En este momento uno está como clavado y no puede consolarse. Lo único que puede hacer es unir su corazón y su voluntad con Dios, apoyarse firmemente en la voluntad del Padre y perseverar hasta el fin manteniéndose sereno, confiando en que Dios consumará todo, ya sea en un desenlace bueno o en un final fatal.

Señor, yo sé que cuando llegue esa hora Tú estarás conmigo. Entonces el poder de Tu Cruz estará en mí y me fortalecerá.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús lleva ya tres horas sufriendo en la cruz.

Junto a ésta están Su madre y Su amigo más querido. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dice a ella; y “Ahí tienes a tu madre”, le dice a Juan. Es como si Jesús alejara de sí el amor de estas dos personas, amor que Le envuelve.

Jesús quiere estar solo. Ha tomado sobre sí nuestra culpa y quiere defenderla solo, frente a la Justicia Eterna. Nadie debe ayudarle. Completamente solo, Él resuelve con Dios esta terrible cuestión.

Nadie puede saber cuánto sufrió el alma de Jesús en este momento.

El clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Nadie es capaz de explicar este misterio: que el Hijo de Dios puede estar abandonado por Dios. Únicamente podemos decir que hasta ese entonces Su corazón ha experimentado la proximidad de Dios como consuelo y apoyo. Pero ahora incluso pierde esto.

Está solo, despojado de Sus vestiduras y abandonado por todos. Con nuestra culpa permanece solo frente a la Justicia Divina.

Nunca nadie podrá imaginar lo que esto significa.

Solamente Le sostiene Su inmutable confianza en la misión que el Padre Le ha encomendado, Su incomprensible amor hacia nosotros.

Y en este amor Él se entrega, hasta que todo llega a su culminación.

“Todo está consumado”.

Adoro la Justicia infinita de Dios, ante la cual me presento como pecador. También Te adoro a Ti, mi Redentor, ya que has respondido por mí.

Señor, Tú me has salvado. Por eso Te agradezco desde lo más profundo de mi corazón

También me has enseñado que por medio del amor puedo soportar mi propio sufrimiento y superarlo solo.

Solamente puedo soportarlo si lo acepte como venido de la mano del Padre, tal como Tú lo hiciste; si confío en Dios y me apoyo en Él. Entonces seré fuerte, aunque todos me abandonen.

Solamente puedo superarlo si lo convierte en bendición para los otros, como Tú has hecho; si lo soporto y lo ofrezco al Padre por lo que amo, por todos aquellos a quienes quien ayudar. De este modo mi sufrimiento participará en la omnipotencia del Dolor de Cristo hará descender la Gracia del Padre y ayudar incluso allí donde ya ninguna otra cosa pueda hacerlo. Entonces me sentiré aliviado, pues sabré que lo que sufro no es en vano, sino que trae bendición a los demás.

Y si alguna vez me doy cuenta de que ya nada puedo hacer y me siento inútil en el mundo, aún podré hacer en verdad lo más sublime de todo: en unión contigo ofrecer, en silencio y gozosamente, mis sufrimientos, mi debilidad e incluso mi muerte por los otros. Señor, sólo así es llevado a cabo lo que ninguna sabiduría humana, ningún poder y ningún bien del mundo pueden realizar: sólo así son en verdad vencidos el dolor y la muerte.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El Señor ha expirado. Ahora está muerto. La obra portentosa de Dios —esta vida floreciente llena de energía y riquezas, totalmente fuerte y fina a la vez— está destruida.

Humanamente hablando, aún tenía toda la vida por delante. ¡Todavía cuánto Jesús hubiera creado, enseñado, obrado y socorrido! ¡Cuánta plenitud de vida divina hubiese podido brotar de El si hubiera vivido todo lo que un hombre puede vivir normalmente!

Ahora todo está aniquilado.

Pero ésta es “la locura de la Cruz”, “el grano de trigo que tenía que morir” para que la vida suprema brotara de Él, y los que lo pisaron han sido, sin quererlo, los sembradores de la Redención.

Señor, ésta es la respuesta a las amargas preguntas: ¿por qué sufrir? ¿Por qué tenemos que padecer, cuando todo llama a la felicidad y a la creación? ¿Por qué morir? ¿Por qué tenemos que partir cuando aún la vida no ha sido vivida? ¿Por qué debemos entregar lo que tanto queremos?

Aquí se estrella toda sabiduría humana. Únicamente en la Cruz está la respuesta: si “el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. Todo nuestro dolor, nuestra ofrenda y nuestra muerte es simiente celestial. Al unirnos con la voluntad de Dios brota entonces un torrente de vida, para nosotros y para los demás.

Así quiero creerlo. Quiero confiar y apoyarme en Dios para que mi vida, mi dolor y mi muerte produzcan fruto eterno.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Decimocuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro

V/.  Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/.  Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Envuelven el cuerpo del Señor en lienzos y lo colocan en el sepulcro de José de Arimatea. Luego ponen la pesada piedra de losa en la abertura y vuelven entristecidos a sus casas.

Ahora todo está en silencio. Respiramos aliviados, ya que el terrible calvario finalmente ha terminado. Una profunda quietud envuelve el sepulcro solitario. Es la paz de lo que ha sido consumado. Quien yace en el interior del sepulcro ha concluido con divina fidelidad todo cuanto el Padre Le habla encomendado. Ahora Jesús descansa, después de haber realizado Su labor.

Para nosotros es como si ya brillara la próxima gloria pascual alrededor del silencioso lugar.

Por cierto, que el ánimo de los discípulos es distinto, ya que para ellos se ha desvanecido toda esperanza: el sufrimiento y la muerte del Viernes Santo es el fin.

Pero también a ellos pronto se les aparece Jesús, resplandeciente de luz y poder. De este modo reconocen que “era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en Su gloria”, y reconocen también que Su muerte era el precio de nuestra vida.

Oh, Señor, ésta es la Buena Noticia que anunciaste a todos: a cada Viernes Santo le sigue una Pascua. Porque todo sufrimiento es una fuente de bendiciones y la muerte misma es la semilla de una nueva vida para todo aquél que se apoya en Ti.

Enséñame a comprenderlo. Haz que viva convencido de esto, cuando lleguen las horas oscuras. En esos momentos experimentaré que no solamente puedo soportar el dolor sino también vencerlo. En Ti quiero sentirme superior a él; quiero convencerme de que cada hora de sufrimiento valerosamente soportado fortalece el alma, y que después de atravesar las tinieblas brilla un rayo de luz pascual. Quien vive y sufre contigo también participa de Tu Paz en los momentos de amargura.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

Oración al terminar

Señor, ahora hazme salir del recinto sagrado de Tu Pasión. Me reintegro a la vida cotidiana.

Me has enseñado que nuestro sufrir no es una esclavitud sombría, contra la cual nos rebelamos en vano o en la cual nos acobardamos y desesperamos. El sufrir es amargo, pero viene de Dios y está destinado a hacer efectiva nuestra salvación.

Me has enseñado cómo debo soportar mi Cruz: confiando en Dios y amándole. Me has enseñado también a vencerla, ofreciéndola en amor por los otros.

Graba profundamente en mi corazón esta santa verdad, para que yo no la olvide nunca. Y hazla vivir en mí, especialmente en la hora de la tribulación.

Por eso quiero pensar en lo que me has dicho hoy y obrar en consecuencia.

Amén.