«Oye y pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, tampoco se altere tu corazón, tu rostro; … ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?».
Palabras que la Virgen de Guadalupe le dirigió a San Juan Diego.
1. María es el rostro de la ternura y del consuelo de Dios
«“¡El Señor es mi Dios y salvador!”. “El Señor está cerca”. Y esto nos lo dice el apóstol Pablo, nada nos tiene que preocupar, Él está cerca y no solo, sino con su Madre. Ella le decía a San Juan Diego: ¿Por qué tenés miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre? Está cerca. Él y su Madre. La misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros, en su presencia y compañía. Camina junto a nosotros, nos muestra el sendero del amor, nos levanta en nuestras caídas –y con qué ternura lo hace– nos sostiene ante nuestras fatigas, nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra existencia. Nos abre los ojos para mirar las miserias propias y del mundo, pero a la vez nos llena de esperanza.
Dios se goza y complace muy especialmente en María… Ella ha experimentado la misericordia divina, y ha acogido en su seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo. Ella, que ha vivido siempre íntimamente unida a su Hijo, sabe mejor que nadie lo que Él quiere: que todos los hombres se salven, que a ninguna persona le falte nunca la ternura y el consuelo de Dios».
«A Ella le pedimos en este año jubilar que sea una siembra de amor misericordioso en el corazón de las personas, de las familias y de las naciones. Que nos siga repitiendo: “No tengas miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre, Madre de misericordia”. Que nos convirtamos en misericordiosos, y que las comunidades cristianas sepan ser oasis y fuentes de misericordia, testigos de una caridad que no admite exclusiones». (Homilía 12 Dic. 15)
2. María Icono del perdón
«Ella es Madre de la misericordia, porque ha engendrado en su seno el Rostro mismo de la misericordia divina, Jesús… El Hijo de Dios, que se hizo carne para nuestra salvación, nos ha dado a su Madre, que se hace peregrina con nosotros para no dejarnos nunca solos en el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y de dolor.
María es Madre de Dios que perdona, que da el perdón, y por eso podemos decir que es Madre del perdón. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. Y sólo quien ama de verdad es capaz de llegar a perdonar, olvidando la ofensa recibida. A los pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama. En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
En aquel momento, María se convirtió para todos nosotros en Madre del perdón. Ella misma, siguiendo el ejemplo de Jesús y con su gracia, fue capaz de perdonar a los que estaban matando a su Hijo inocente». (Homilía 01 Ene. 16)
«Para nosotros, María se convierte en un icono de cómo la Iglesia debe extender el perdón a cuantos lo piden. La Madre del perdón enseña a la Iglesia que el perdón ofrecido en el Gólgota no conoce límites. …. El perdón de la Iglesia debe tener la misma amplitud que el de Jesús en la Cruz, y el de María a sus pies. No hay alternativa. Y por eso el Espíritu Santo ha hecho que los Apóstoles sean instrumentos eficaces de perdón, para que todo lo que nos ha conseguido la muerte de Jesús pueda llegar a todos los hombres, en cualquier momento y lugar (cf. Jn 20,19-23)».
3. La Misericordia de María[*]
En una de las oraciones más queridas por el pueblo cristiano, la Salve Regina, reconocemos a María como «Madre de Misericordia».
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia
En la cruz María asume nuevas actitudes de misericordia: acompaña al Hijo al pie de la cruz. Ella vive el sacrificio del corazón porque Ella tiene crucificada su vida con la de su Hijo… Para acoger y vivir la misericordia entre nosotros hay que invitar a María a nuestra propia casa para que broten de nuestro interior caudales de misericordia y amor a las personas…
…Vida, dulzura y esperanza nuestra…
Cuando nos hemos caído, o nos hemos equivocado o hemos recibido un golpe o varios en la vida, busquemos la dulzura de la Madre. Ella es todo lo contrario al regaño… Sin misericordia no hay esperanza. Y el pecador siempre necesita perdón y misericordia. Cuando caemos en pecado mortal (que significa estar muerto a la vida del Espíritu) nuestra única esperanza es la misericordia. La Virgen Madre nos consuela, nos da esperanza, nos anima y alienta a salir de la muerte y regresar al Señor de la Vida.
Dios te salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva…
Somos hijos de Eva y por ello tenemos la huella del pecado original… Estamos desterrados, sí, pero con la posibilidad de que nuestra Madre nos lleve de la mano. A veces como niños no sabemos necesariamente a donde nos llevan, pero confiamos totalmente en nuestra madre. Ella sí lo sabe y es lo mejor para nosotros.
…A ti suplicamos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas…
De la herida puede nacer la vida. Para ello hay que ir al corazón de María. De su corazón atravesado brota fuego, amor y pureza abundante. Es una herida abierta permanente de amor inacabable. Del corazón de María fluye perennemente sangre de amor. Las flores que rodean su corazón no están en el aire, ellas están trenzadas de espinas y es por eso que de la herida nace la vida.
Ea, pues, Señora y Abogada nuestra…
María es intercesora, la que pide clemencia por nosotros. María fue invitada a las bodas de Caná porque tenía una amistad con los novios. Eran sus amigos. Ella intercede como nuestra amiga ante la necesidad.
Vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos…
María nos mira con unos ojos vivos y tiernos. ¿Quién puede resistir la mirada de María? Este Año de la Misericordia es una invitación a mirarnos con los ojos de Dios. Cuando nos miramos con los ojos de Dios nos miramos con amor. Él siempre nos ve con misericordia.
Y así como Dios Padre nos ve con misericordia, nuestra Madre del cielo nos mira con sus ojos de misericordia siempre.
…Y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre…
María nos lleva a Jesús, nos lleva a la misericordia, nos lleva a la Eucaristía, nos lleva al confesionario y Ella nos muestra el fruto bendito de su vientre. Ella intercede, nos cura la herida, las venda con cariño. Sin embargo, lo más importante es que nos lleva a Jesús, a la misericordia.
Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María
Su clemencia dulce nos invita a despojar del corazón todo miedo a la ternura y a la misericordia que queremos brindarle al mundo. Lo más profundo del Señor es el amor y la misericordia. Es de la mano de María como vamos a poder conocer la intimidad de Dios, que es amor hasta el extremo por sus amigos.
4. ¡Que María, Madre de Misericordia, nos ayude a entender cuánto nos quiere Dios!
«Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos de par en par nuestro corazón a la alegría del perdón, conscientes de ver restituida la esperanza cierta, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios». (Homilía 12 Dic. 15)
[*] © 2016 – José Alfredo Cabrera Guerra para el Centro de Estudios Católicos – CEC