Por Mariana De Lama
Es difícil precisar en qué momento la palabra “opinión” adquirió la importancia que hoy tiene en nuestros discursos diarios. Escuchar frases como: “yo opino”, “mi humilde opinión es que” “es mi opinión, yo respeto la tuya”, etc. forman parte de nuestro día a día sin que nos demos cuenta que muchas de las veces —no siempre— el simple opinar es una manifestación de la debilidad de nuestro pensamiento que no se encuentra sólidamente respaldado por creencias firmes sino por los avatares del tiempo y del ambiente en el que nos encontramos.
La opinión es un estado característico de la mente humana (sólo el hombre es capaz de opinar, los animales no opinan) tal y como se enseña desde la época de los pensadores griegos, quienes contraponían la doxa (opinión), saber imperfecto y variable, a la episteme, conocimiento firme y cierto, que culmina en el conocimiento de la Verdad.
Si nos damos cuenta la opinión es un estado intelectual elemental, que entra en escena cuando se da una contradicción de ideas en el pensamiento y que evidencian que no tengo la certeza de cuál es la verdad, y debo decidirme por una y suele pasar que mi elección se encuentra direccionada por lo que veo en internet, en la televisión, lo que escucho en el trabajo, universidad etc. sin que mi adhesión a la idea que postulo sea consecuencia de una creencia firme sino más bien fruto de la volatilidad del momento.
Hoy en día vemos como las meras opiniones vienen adquiriendo cada vez más el rango de verdad al punto tal que se ve como un serio ataque personal si me muestro en contra de la opinión expresada.
Santo Tomás nos enseña que cuando opinamos consideramos que lo que decimos podría ser distinto. Esto lleva a que la mente se habitué a tener un pensamiento débil, carente de certezas. La certeza, a diferencia de la opinión, es el estado de nuestra mente que se adhiere sin ningún temor y firmemente a la verdad, y será la certeza la que nos lleve a no dudar ni a menospreciar las evidencias que se encuentran presentes en la realidad.
El pensamiento adecuadamente fortalecido a través del estudio y la reflexión nos lleva a tener una postura concreta frente a la realidad y sus múltiples desafíos; característica milenaria de la reflexión cristiana la cual a lo largo de la historia no sólo ha aportado grandes ideas sino que ha sentado las bases del recto pensar y del camino que hay que seguir para buscar y encontrar la Verdad evidenciando su incompatibilidad con el pensamiento débil, las meras opiniones y el relativismo, tal y como enseñara el entonces Cardenal Ratzinger: «Mientras que el relativismo, es decir, dejarse “llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos».