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Indy 500 y la perseverancia

Este domingo se corrió una de las carreras de autos más famosas del mundo: las 500 millas de Indianápolis. Es una prueba muy tradicional, con más de 100 años de existencia.

La pista en la que se corre es en formato de óvalo. Tiene dos rectas largas y dos curvas en cada extremidad. Es conocida como el Brickyard ó Patio de los Ladrillos, porque originalmente la pista era de ese material. De hecho, se conserva en la pista actual una pequeña línea de ladrillos para mantener la tradición.

De las cosas que más atrae a los aficionados, es la velocidad promedio sostenida por los autos durante las 200 vueltas, ¡que es de casi 390 km∕h! Los accidentes no son raros. Este mismo año, Scott Dixon, ganador de la carrera en varias ocasiones, ha tenido un choque que nos dejó a todos asustados, del cual ha salido milagrosamente ileso. Históricamente, 41 pilotos han perdido sus vidas corriendo la Indy 500.

Es una prueba larga, que puede durar casi 4 horas. La resistencia y la perseverancia son tan fundamentales como la velocidad. Lo que buscan los pilotos es llegar a las 20 últimas vueltas con chances de optar por la victoria.

En la carrera del domingo pasado esto se hizo muy evidente. Varios de los pilotos que la lideraron en la primera parte no la terminaron porque sus motores se rompieron. Y el vencedor, el japonés Takuma Sato, vino del grupo intermedio y saltó a la delantera en las vueltas finales.    

Quizás podamos sacar de eso algunas lecciones importantes para nuestra vida cristiana, donde una virtud fundamental es la perseverancia. Jesús mismo nos indica que “el que persevere hasta el fin salvará” (Mt 24, 13).

En la sociedad actual la perseverancia se encuentra en desuso. Se valora más el tener abiertas muchas posibilidades de elección, que el mantenerse firme a una elección tomada. Sorprende, por ejemplo, la cantidad de universitarios que cambian de carreras, de profesionales que cambian de trabajo y de parejas que se deshacen.   

No me refiero a los cambios que se hacen fruto de una decisión tomada con el suficiente discernimiento, a la luz de la gracia de Dios. Cuando se toma una decisión en esa línea, está muy bien. Incluso es un error mantenerse tercos en una decisión equivocada.

Me refiero sí a la perseverancia como virtud, por la cual buscamos mantenernos constantes en las buenas opciones tomadas. La perseverancia nos da firmeza ante las adversidades que siempre aparecen en la vida y en cada proyecto que tenemos. Sin ella, corremos el riesgo de estar a la merced de cualquier problema.

Ser perseverantes comporta una dimensión de heroicidad, de superación, como vimos en el japonés que ganó la Indy 500. Es lo más grande a lo que podemos aspirar. Dada su grandeza, el camino no siempre es fácil. Por eso, para encontrar al Señor en esta vida y en la eternidad necesitamos perseverancia. Pidamos a Él mismo que nos la de y que nos haga firmes y constantes en nuestra fe. Los perseverantes terminan las carreras y la nuestra es la búsqueda de Dios.

© 2017 – Alexandre Borges de Magalhães para el Centro de Estudios Católicos – CEC