Ciclo A – Tiempo Ordinario – Semana 30 – Martes
31 de octubre de 2017
(RV).- Para hacer crecer el Reino de Dios es necesario tener el coraje de echar el granito de mostaza y mezclar la levadura. Mientras, en cambio, tantas veces se prefiere una “pastoral de conservación”. Lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el último martes de octubre. Inspirándose en el episodio evangélico de San Lucas, en el que Jesús compara el Reino de Dios con el granito de mostaza y la levadura, el Obispo de Roma afirmó que ambos elementos son pequeños, y sin embargo, “tienen dentro un poder” que los hace crecer. Así sucede con el Reino de Dios: su poder viene desde dentro.
También San Pablo, en su Carta a los Romanos —propuesta por la Primera Lectura— pone de manifiesto las tensiones existentes en la vida: sufrimiento que —como dijo el Papa— “no son comparables a la gloria que nos espera”. De manera que se trata “de una tensión entre sufrimiento y gloria”. Y en estas tensiones —añadió— hay “una expectativa ardiente” hacia una “revelación grandiosa del Reino de Dios”. Una expectativa que no es sólo nuestra, sino también de la creación, sometida a la caducidad “como nosotros” y “tendente hacia la revelación de los hijos de Dios”. A la vez que la fuerza interna que “nos conduce con esperanza hacia la plenitud del Reino de Dios”, es la del Espíritu Santo.
“Es precisamente la esperanza la que nos lleva a la plenitud. La esperanza de salir de esta cárcel, de esta limitación, de esta esclavitud, de esta corrupción, y llegar a la gloria: un camino de esperanza. Y la esperanza es un don del Espíritu. Es precisamente el Espíritu Santo que está dentro de nosotros y conduce a esto: a una cosa grandiosa, a una liberación, a una gran gloria. Por esta razón Jesús dice: ‘Dentro de la semilla de mostaza, de aquel grano pequeñísimo, hay una fuerza que desencadena un crecimiento inimaginable’”.
“Dentro de nosotros y en la creación —reafirmó Francisco— hay una fuerza que se desencadena: está el Espíritu Santo”, que “nos da la esperanza”. Además, el Santo Padre explicó concretamente lo que significa vivir en la esperanza: “Dejar que estas fuerzas del Espíritu nos ayuden a crecer” hacia la plenitud que nos espera en la gloria. Pero así como la levadura hay que mezclarla, de la misma manera hay que echar el granito de mostaza puesto que de lo contrario esa fuerza interior permanece allí. Y lo mismo sucede con el Reino de Dios que “crece desde dentro y no por proselitismo”:
“Crece desde dentro, con la fuerza del Espíritu Santo. Y la Iglesia siempre ha tenido tanto el coraje de tomar y echar, de tomar y mezclar, a la vez que, asimismo, ha tenido miedo de hacerlo. Y tantas veces nosotros vemos que se prefiere una pastoral de conservación en lugar de dejar que el Reino crezca. Permanecemos los que somos, pequeñitos, allí, estamos seguros… Y el Reino no crece. Para que el Reino crezca se necesita el coraje de echar el granito y de mezclar la levadura”.
Sin embargo, el Papa Francisco evidenció que es verdad que si se echa la semilla, se la pierde, y que si se mezcla la levadura, “me ensucio las manos”, porque “siempre hay alguna pérdida al sembrar el Reino de Dios”:
“Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no ensuciarse las manos. Estos son custodios de museos: prefieren las cosas bellas y no este gesto de tirar para que la fuerza se desencadene, de mezclar para que la fuerza haga crecer. Éste es el mensaje de Jesús y de Pablo: esta tensión que va de la esclavitud del pecado, para ser simple, a la plenitud de la gloria. Y la esperanza es la que va adelante, la esperanza no decepciona: porque la esperanza es demasiado pequeña, la esperanza es tan pequeña como el grano y como la levadura”.
La esperanza “es la virtud más humilde”, “la sierva”, pero donde está la esperanza, está el Espíritu Santo, que lleva adelante el Reino de Dios. Y el Papa —como suele hacer— concluyó invitando a los fieles a hacerse algunas preguntas: a interrogarnos, hoy, si creemos que allí, en la esperanza, está el Espíritu Santo con quien hablar.
(María Fernanda Bernasconi – RV).